Un cristiano maduro comprende, profundamente, que en este mundo estamos de paso. Que nuestro destino final es otro, porque somos ciudadanos de otra tierra. Pero mientras transitamos por este mundo, el Espíritu de Dios nos hace gustar del amor, la belleza y el bien. Va "acostumbrando" nuestro espíritu a la presencia de Dios. No dejes pasar tan deprisa esos momentos en que disfrutas del amor y de la ternura de los tuyos. No permitas que el apuro y el vértigo cotidiano te eviten contemplar la belleza de la creación. Hazte un tiempo para hacer el bien, para actuar conforme a tu vocación de cristiano. Cuando perdemos de vista el horizonte hacia el que nos dirigimos nuestra vida pierde el sentido. Si te encuentras atravesando por esos momentos en que no sabes hacia dónde vas. ¡Detente!, vuelve a tomar contacto con la sabiduría de Dios que hay en ti por medio de la oración y verás cómo comienzas poco a poco a recuperar el rumbo.

P. Javier Rojas, sj

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