Dame, Señor, la sencillez de espíritu, la del alma dormida en su silencio, abierta a todo con grandes ojos niños. No quiero ya mi voz. Ni mi palabra llena. Me aburre estar conmigo, tan atento, seguro de una luz sin Ti perdida. Así impotente, sólo, casa hueca, va a colmarse tu voz de resonancias familiarmente puras y serenas. Dame, Señor, el abandono firme ante el futuro ignoto y tu aventura soñada tantas veces en secreto. Estoy contigo. Piensa cuanto quieras para hacerme sufrir o para verte. Bien sé que lo prepara tu ternura. Hazme a diario un pobre sorprendido de cada hoja, de cada mano abierta, tendida a la penumbra de mí mismo. Viviré así este miedo más alegre, con un verbo, no más, entre mis labios: Saberte junto a mí, Jesús… saberte. Pedro Miguel Lamet