En estos tiempos de crisis y agobio, cuando parece que el mundo depende de los banqueros, y pendemos de sus labios o escuchamos con avidez que dicen los grandes observadores financieros sobre nuestro futuro, o el mundo se divide por la confianza económica en el ranking de países y algunos compran oro para agarrarse a algo definitivo que dure “para siempre”, ahora que los profetas son futbolistas, los pontífices famosos y los líderes malabaristas de la mentira, háblame, Señor. Rompe los códigos de los poderosos, los criterios de la publicidad, los ideales de los grandes programadores de medios, los intereses de mercado.
Siéntate aquí a mi lado, sobre la hierba ahora que atardece y siento el peso del vivir como una losa, un miedo al futuro, una larga incertidumbre.
Ahora que no sé cómo ayudar a mi hermano a salir del bache o percibo que este mundo pequeño se ha colado en mis amigos, mi familia, mi comunidad incluso cristiana o budista o musulmana y los diocesillos de barro se agrandan como gigantes.
Siéntate a mi lado y mírame, como en tus tiempos de Galilea y háblame de aquel que quiso asegurarse la vida a base de acumular grano, o del que construyó sobre arena o de los lirios y los gorriones.
Dime aquello del manantial que salta por encima del tiempo hasta una vida sin tiempo o eterna y de lo que brotará de mis entrañas.
Ayúdame a limpiar mis ojos y mirar más que ver qué hay detrás de todo eso. Ver los cráneos que ocultan las cabezas de los financieros, imaginarme a los políticos jugando al aro, aventurar un rostro infinito detrás de las estrellas.
Déjame inclinar la cabeza sobre tus palabras y confiar en ti porque tú no presumes de coche, ni de domótica,  ni de salir en la tele o tener un tipo de ensueño o vestir muy fashion, sino de tener entrañas, de ser humilde y manso de corazón para recibir a los que estamos tristes o agobiados.
Deja que mi yo pequeño descubra su yo grande en ese corazón infinito y que vuelva a nacer como le pedías a Nicodemo y que, cuando veo a tu Iglesia obsesionada con dogmas, normas o prescripciones, te vea entre publicanos, entre gitanos e inmigrantes, en los barcos de refugiados sin rumbo y entre los hombres que te buscan en cualquier religión u ONG.
Pero sobre todo enseñáme a mirarme como resucitado, salvado, rescatado desde el momento que me pierdo en ti. Amén.

Comentarios