Aceptación es una palabra frecuente, a veces inútil porque, lo acepte o no, lo que es, es. Solemos escuchar: no me acepto, no acepto mi cuerpo, mi carácter, mi edad, mi trabajo… Aceptación es establecer una relación positiva con lo real. Veré lo que es y convivir y crecer con ello. La aceptación es sensatez amorosa que distingue lo que me gustaría, apetecería, ilusionaría, de lo que, por ser mío, por ser yo y mi circunstancia es realidad que me integra y afecta. La aceptación supone haber erradicado culpabilidades insanas que me impedirían esa palabra madurante, al no poderme relacionar conmigo mismo y con mi pasado. La aceptación es la capacidad de ver lo que considero “limitación” sin que me oculte mis posibilidades reales.
Aceptar no es aprobar una dimensión de la realidad. Es establecer una justa relación que, entre otras opciones, puede elegir la cercanía o la distancia como mal menor. Aceptar es construir sobre la realidad que conozco, que tengo. La sabiduría popular nos dirá: “hay que arar con los bueyes que tengo”.
Aceptarse supone conocerse, saberse interrogar y amarse. No conlleva complacencia narcisista. El que no acepta pasa la vida peleándose con lo real sin dar el primer paso del cambio: la aceptación.
Aceptarse necesita autoestimarse. Sin autoestima es casi imposible aceptarse.
José Antonio García Monge sj

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