UN HOMBRE DE CRISIS



¿Quién de nosotros no ha pasado alguna vez por un momento “difícil”? ¿Quién no ha experimentado en alguna ocasión esa “extraña” sensación de fracaso?
 Seguramente, que en más de una ocasión hemos visto resquebrajarse nuestros planes, proyectos, deseos, etc.  Y cuando ello ocurre solemos responder hundiéndonos en la tristeza, o tornándonos agresivos.  ¿Por qué? Porque son esos momentos en los que  experimentamos a fondo la propia impotencia.
Cuando las cosas no marchan como deseamos o planificamos, nos encontramos de frente con el propio límite. Es entonces, cuando nos damos cuenta que en realidad son muy pocas las cosas que podemos controlar a nuestro antojo.
Pero, ¿sólo es posible responder con tristeza y rabia ante la impotencia? ¿Puede una situación difícil ayudarnos a crecer y madurar como personas? ¿De qué manera es posible capitalizar las “situaciones desagradables” a nuestro favor?
Una primera respuesta puede ser; “Si quieres convertir tus experiencias en instancias de crecimiento no te instales en la pena y lamentación”. Las crisis son situaciones de transito. Son bisagras que abren y cierran momentos de nuestra vida. Son umbrales que dan paso a una nueva y, seguramente distinta, manera de percibirme a mí mismo y a la realidad.
Las situaciones críticas logran algo que pareciera que de otra manera no serían posibles; nos hacen despertar. Si, ¡despertar!. Despertar de la fantasía, de la ilusión. Abrir los ojos a la realidad aun cuando sea difícil de aceptar.
Las experiencias criticas son fundantes y decisivas porque separan una etapa de otra y perfilan un horizonte a veces completamente distinto.
Tenemos miedo a las crisis porque ellas siempre están relacionadas con perder “algo”. Nos atemoriza saber que tal vez no lleguemos a conseguir lo que tanto deseamos o creemos que es esencial a nuestra existencia. La crisis es el momento de poda del que habla el evangelio de Juan; «Todo sarmiento que en mi no da fruto, lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto» (Jn 15, 2).
Lo decisivo en las crisis es despertar de una buena vez. Es abrir los ojos a la realidad y no negarla. Hay personas que en las situaciones críticas no acaban por despertar. Se quedan en una especie de somnolencia. Ocultan lo que resulta evidente por medio de justificaciones religiosas o a través de tinglados de razonamiento.
En definitiva, las crisis son esas instancias en que se nos permiten corregir, enmendar, redefinir, redireccionar, etc., nuestra vida y nuestras relaciones. Y esto es lo decisivo en nuestra vida; aceptar que es posible equivocarse y que las crisis en muchas ocasiones son esos momentos en que tomamos mayor conciencia de nuestra realidad.
Cuando una crisis es bien vivida no significa que el sufrimiento aminore. En ocasiones ni siquiera la rabia y la tristeza disminuye. Pero cuando podemos comprender los momentos difíciles como instancias de crecimiento, no nos quedamos instalados en lamentaciones infecundas, sino que por el contrario, nos abrimos a encontrar detrás de lo que ocurre una verdad nueva que nos hace avanzar y crecer.
Juan bautista, a quien recordamos hoy, fue un hombre de crisis. Un hombre que introdujo la crisis en Israel e hizo despertar a muchos somnolientos.
Un momento de crisis, es en palabras de Juan, un momento de conversión del corazón. Una invitación a la renovación de la mente. Una instancia donde miramos nuestra propia realidad para preguntarnos si verdaderamente somos auténticos.
La crisis que introdujo Juan en Israel descascaró el revoque de la ley. Puso en evidencia que se puede ser obediente a la ley y sin embargo ser injustos. Denuncio que detrás del maquillaje de religiosidad se ocultaba la avaricia y el deseo de poder. Puso en evidencia que la religión cuando se pervierte produce un daño enorme en las personas.
La predicación de Juan dejó al descubierto a muchos lobos disfrazados de corderos. Condenó duramente a quienes se jactan de ser religiosos en los templos pero luego se comportan de manera cruel con los demás. Las palabras de Juan, fueron una espada afilada que penetró en la médula de la religión de su tiempo y dejó al descubierto su necesidad de renovación interior.
En ocasiones, Dios suscita cerca de nosotros a un Juan Bautista que nos “complica” la vida. Son esas personas que nos hacen ver que estamos dormidos sobre la fantasía y cubiertos de ilusión. Son personas que nos cuestionan y hacen descubrir la necesidad que tenemos de conversión.
Pero en otras situaciones, es la propia vida y la realidad cotidiana la que nos dice ¡Despierta!, ¡Despierta!, es hora de ¡despertar!. Abre los ojos y mira la realidad. No ocultes tu mirada a lo que es evidente. Deja ya de justificar tu vida con razonamientos vacíos y pregúntate de una buena vez, si estás viviendo como Jesús nos mando hacerlo. Deja ya de disfrazar y maquillar tus ansias de poder y deseos incontrolables de poseer. Libérate de una buena vez de todo aquello que te aprisiona el corazón y te estrecha los horizontes.
Las crisis son esos momentos en que la vida se convierte en un nuevo vientre materno dispuesto a «darnos a luz». Es nueva vida lo que ofrece, pero requiere de nuestra parte “¡pujar!” con fuerza por medio de la oración para ver una nueva luz.
Pidamos a Dios, que nos de fuerza y valentía para no retroceder ante estos momentos de crecimiento. Que no permita que nos quedemos llorando por los “platos rotos”, sino que por el contrario nos abramos a la posibilidad de vivir de manera nueva y renovada.



P. Javier  Rojas sj

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Padre Javier! que alegria enorme encontrarlo aqui!! soy Laura de Mendoza, la primera pareja que casó como sacerdote! espero que se encuentre muy bien!