El tema de la pobreza es un tema que duele. Duele mucho. Mientras nosotros tenemos para comer, y elegimos un alimento porque nos agrada y dejamos de comer otro porque nos disgusta; cientos de millones de personas en el mundo no tienen nada que comer. Ni lo que les agrada ni lo que les desagrada. Cientos de millones de personas fallecen por desnutrición, enfermos de hambre. A veces solos.
En el Evangelio, en las vidas de santos, en las organizaciones no gubernamentales de nuestro tiempo encontramos claros ejemplos de lo que podemos hacer. Tal vez nuestra ayuda será limitada e insuficiente. Con seguridad será mínima…pero para el que ayudemos será “máxima”. 
En alguna ocasión leí unas palabras del padre Mamento Menapace que me interpelaron fuertemente: “Si yo tengo hambre, es para mí un problema físico. Pero si mi hermano tiene hambre eso es para mí un problema moral.”
Que muera gente de hambre en un mundo en el que sobran los alimentos es un pecado gravísimo. Realmente es un problema moral.
Hay muchas acciones que podemos emprender para mejorar la vida de las personas que viven con sus necesidades básicas insatisfechas. Desde enseñar a nuestros hijos a no tirar ni una miga de pan a la basura, hasta colaborar en comedores comunitarios, hospitales, escuelas y organizaciones que ayudan a combatir el hambre en el mundo. También podemos cocinar para gente necesitada e ir directamente a encuentro del que nada tiene que llevar a su boca. 
Conozco gente que ha hecho de la solidaridad su modo de vivir. Personas “para y con los demás…”. Admiro a esas personas, porque además de buena gente son discretos y humildes. Su mano derecha ni se entera de lo que hace la izquierda…
“Involucrarnos y comprometernos” son las claves. Todos podemos hacer algo, aunque sea pequeño.
No se trata de caridad…Se trata de justicia.
@Ale Vallina.

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