Reflexionaba hace unos instantes atrás cómo nuestras palabras pueden ser dadoras de luz o de oscuridad, dadoras de esperanza o desconsuelo. Dadoras de vida o de muerte…
En el noticiero de esta mañana tempranito los periodistas, dada su responsabilidad como comunicadores sociales, nos concientizaban a los televidentes sobre la necesidad imperiosa de no ensuciar los cauces de agua…Insistían sobre ello. “No tiremos botellas plásticas ni residuos de ningún tipo a los cauces de agua. Cuidemos el medio ambiente. Enseñemos a nuestros hijos a custodiar la naturaleza. Seamos responsables. Amemos la tierra. Podemos cambiar nuestros malos hábitos.”, decían.
Eso me puso a pensar en la inmensa responsabilidad que tenemos todos de utilizar palabras adecuadas. De advertencia, de esperanza, de optimismo. Palabras que eduquen, que construyan, que orienten. Nuestras palabras engendran vida o destruyen. Consuelan o hunden. Y no solamente a quienes nos escuchan. También, y de manera más poderosa de lo que creemos, nos condicionan a nosotros mismos.
Nos hemos puesto a pensar que a lo mejor las palabras que pronunciamos hoy pueden hacer la diferencia en el día de quienes nos rodean? Tal vez alguien encuentre en nuestros rostros y palabras al Cristo que necesitan para no decaer. Para seguir adelante…
Nuestras palabras son poderosas. Evangelizan o con crueldad asesinan sueños, destruyen ilusiones. Los de los hermanos. Los propios.
Ponemos nuestra boca, y las palabras que de ella brotan en tus manos, Señor. Para que sea tu corazón misericordioso el que las inspire. “Sé Tú en cada una de nuestras palabras”.
Amén.
@ Ale Vallina

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