Me lleno de gozo al agradecer a Jesús por darme (darnos) a su Madre. Ella, que fue la primera creyente. Ella, que con su SI se mudó de mujer piadosa en primera apóstol, comprometida en la misión del que naciera de su vientre…
Esta Reina de los cielos y a la vez sencilla mujer de pueblo es la Señora de la fe silenciosa. La que no hace alardes ni necesita mostrarse presumiendo de sus creencias. La de la fe enorme, y sin embargo prudentemente reservada y discreta. Esta Madre del Hijo del Padre, la que es educadora diligente, pronta a invitarnos a aperturar nuestros corazones que en ocasiones se muestran inflexibles.
María cobijas como nadie. Siempre acoges con respeto y deferencia. ¡Ay, Madre! ¡Quién tuviera tus virtudes!
Cuántas veces te ruego: “Reina, regálame tu templanza y ese “discurso único” que no posee ni dobleces ni fingimientos.” Ese, tu modo, de convocar amando a todos…
Se asombra mi alma cuando valoras mis logros exiguos y cuando colaboras auxiliándome en mis desórdenes reiterados. Madre, sin tu mirada dulce, el día se vuelve noche y las luces de las farolas se extinguen. Son tus ojos María, los que me llaman a la nueva vida que ofrece el Salvador, ese Jesús que me enamora…
Madre de Dios, todo se acomoda cuando escucho tus palabras: "Hagan lo que Él les diga. Y allí me pongo en acción, sacudiéndome los vestigios de mi letargo…
Madre Bendita, ubícame junto a tu Hijo...Esa es mi plegaria.
@Ale Vallina

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