La doctrina de Jesús no es un rejunte de principios teóricos o abstractos sino una invitación a vivir conforme al anuncio de su mensaje. Nuestro “modo de proceder” debe ir conformándose cada vez más con la Buena Noticia que hemos recibido. Nuestro modo de vivir debe ser el reflejo de nuestras plegarias. Y nuestras oraciones iluminar y transformar nuestras actitudes. Las verdaderas actitudes cristiana nacen del encuentro con el Padre y no del arte de saber justificarse como el fariseo que se creía justo por cumplir la ley. Nuestro compromiso como cristianos con Jesús es unirnos a la misión que recibió del Padre; convertir éste mundo un lugar de fraternidad.
Al juzgar por lo que vivimos pareciera que muchos cristianos prefieren vivir su fe en un “ámbito muy privado” y no comprometerse demasiado. Hay quienes prefieren mostrarse compasivos y misericordiosos ante los demás, antes que serlo realmente. Maquiavelo decía; es más “útil” aparentar tener que poseer. ¿Triste, no?
Debemos tomar conciencia de que nuestra fe no es una relación intimista que se vive en los templos y grupos religiosos, sino la expresión de un amor gratuito que Dios espera sepamos comunicarlo. La fe se cultiva y alimenta en los templos pero se vive en la calle. Con el vecino, en la cola de los bancos, en los supermercados, en el lugar de trabajo, en las reuniones sociales, etc. Sin altanería ni prepotencia, sino con humildad y convicción. La fe que llevamos en el corazón es luz no  «para ocultarla sino para ponerla en un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa» (Mt. 5, 15). ¡Déja que tu fe se exprese en tus gestos y palabras para que todos vean el amor que llevas dentro! 



P. Javier Rojas, sj

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