Hoy tuve la bendición de ser testigo de un encuentro del más puro amor entre dos niños de 5 o 6 años aproximadamente. Uno de ellos tenía clavadas varias astillas de madera en una de sus manitos. Entre lágrimas y sollozos intentaba, sin éxito, retirarse las astillas. Con cada intento una nueva lágrima corría por su regordeta mejilla. Otro niño que lo estuvo observando intrigado durante algunos minutos, se levantó del arenero y se le acercó resueltamente.. No se conocían. Estaban ocasionalmente juntos en una plazoleta de juegos. Yo los tenía a ambos a no más de dos metros de donde estaba sentada. El primero lloraba y su mamá desde lejos le decía que se marcharan a casa donde le lavaría las manos y le retiraría las astillas. El segundo, venciendo cierta timidez calculo yo, de pronto se acercó al niño lastimado y le dijo con autoridad: “Dame la mano, te voy a ayudar”. Así, sin esperar la respuesta del otro niño, le tomó la mano y con mucha delicadeza fue apretándole la piel en los lugares donde estaban clavadas las diminutas maderitas. Con paciencia fue retirándolas una por una de a poco, ante el llanto cada vez más tenue del primero. Al final el “salvador” le dijo a su mamá: “Ya está mami, ya podemos irnos”, tras lo cual luego de una indicación al otro niño, que no alcancé a escuchar, saludó al herido y se fue caminando tranquilamente de la mano de su madre. El chiquito que quedó en la plazoleta estuvo un rato mirándose los dedos y después se arropó en su mamá que comenzó a acariciarlo…
Todavía estoy procesando la enseñanza que me dieron esos niños. Sin dudas fui espectadora de un acto de amor sin condiciones. En esos minutos aprecié lo que significan la solidaridad, la paciencia, el interés por el otro, la empatía…También fui sorprendida por una calidez y dulzura sin igual.
Cuánto que aprender del amor desinteresado y genuino por un “otro” que está sufriendo y llora!!
Ser testigo de una situación de tanto afecto, protagonizado por dos pequeñitos me hizo recordar las palabras de Jesús: “Si no se hacen como niños no entrarán en el Reino de los cielos…” (Mt 18, 3)… Por eso le pedí al Padre que me diera un corazón tan sencillo y dulce como el del pequeño que dejó de jugar y atendió al otro, que sufría verdaderamente …
Cuántas veces nosotros los adultos obramos como este niño? Con qué frecuencia dejamos de mirar nuestro propio ombligo y salimos al encuentro del que está triste, solo o sufre?
@Ale Vallina.

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