En ocasiones se une indisolublemente el camino hacia Dios con el sacrificio que duele. San Ignacio, por ejemplo, entiende el sacrificio como salir de "nuestro propio sentir y querer", como un camino del amor propio al amor a Dios y a los demás. El sacrificio, en ocasiones,  es necesario si queremos amar verdaderamente a alguien porque significa renunciar al  propio bienestar. Pero no creemos que el sacrificio sin más sea algo necesario para amar. Los cristianos no creemos que el sacrificio geste el amor, como tampoco creemos que el castigo haga a una persona obediente. No, por lo menos de modo tan tajante. Cuando recordamos a María de los Dolores, de pie ante la cruz, intuimos el desgarrador desconsuelo de la Madre. En ese dolor que hasta puede exceder toda comprensión humana, solo se nos hace comprensible cuando entendemos que lo sostiene un amor tan grande a Dios y una entrega absoluta a su voluntad. Pero debemos tener cuidado del razonamiento que dice que “Dios hace sufrir a los que más quiere” porque eso es una blasfemia y una mentira enorme. ¡Que Padre quiere el sufrimiento de su hijo! El dolor y los sacrificios sólo se comprenden si los sostiene el amor y un deseo enorme por salir de las propias comodidades. Si nos quedamos con la imagen de que el sacrificio es algo por lo que se accede a la santidad o a la vida espiritual más “noble” estamos construyendo una espiritualidad sostenida desde propio ego.  ¡Claro que amar exige que nos sacrifiquemos, pero no se trata del tipo de sacrificio masoquista! Y sino ¿cómo entendemos el sacrificio y dolor de María? El alma que sufre cimentado en el amor que lo inspira  tiene esperanza porque sabe que el dolor se transforma en gozo infinito después. Acaso la Madre Teresa no sufría al ver la miseria y la pobreza de “sus pobres”. Con seguridad que así era…pero el gozo que le producía aliviar el dolor ajeno era mayor, porque sabía que si ayudaba a uno solo a recuperar la sonrisa la misión estaba cumplida…

P. Javier Rojas, sj  - Alejandra Vallina

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