Salvar el alma es conocer el tesoro que oculto llevábamos en nosotros: la vida de la Trinidad, “vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).  Salvar el alma es por consiguientes la felicidad.  El deseo de ser felices es en nosotros tan connatural como la respiración.  Aquí no encontramos sino granitos de felicidad; allá, en el cielo, la felicidad sin sombras ni atenuaciones ¡La bienaventuranza eterna! ¡La vida eterna! ¡El cielo! Tres bellísimas expresiones del pueblo cristiano con las cuales hace profesión de su destino eterno: “Creo en la vida eterna”.
San Alberto Hurtado

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