Ignacio nos instó a orar con los cinco sentidos: la vista, el tacto, el oído, el gusto y el olfato. La oración que sólo utiliza la razón no es suficiente para afectar nuestra voluntad. Necesitamos generar experiencias dentro de la oración que realmente afecten los sentidos, para impulsarnos a ordenar nuestros afectos desordenados. San Ignacio nos dice que “no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente”. Eso tenemos que hacer: contemplar a ese Dios que se hace presente en la naturaleza, en la creación, en el universo, en los otros seres humanos y en mi persona…

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