¿Por qué no interviene Dios para impedir que la gente haga el mal? ¿Cómo puede Dios permitir los desastres naturales y los crímenes humanos, como el tsunami de diciembre de 2004, el huracán Katrina, el asesinato de niños, etc., que causan tantas víctimas?
Las personas que sufren esos desastres y males podrían preguntarse qué significa ser amigos de Dios si no nos salva de esos horrores. ¿Cómo podemos llegar a un entendimiento con el mal en un mundo creado por un Dios compasivo que busca nuestra amistad?
Dios no puede forzar a los seres humanos para que vivan a imagen suya. Tenemos libertad y podemos rechazar una vida conforme a los más altos ideales y esperanzas de Dios. 
Nuestra negativa a prestar atención a los movimientos de nuestro corazón inspirados por Dios nos permite hacer mal a los otros.
Todos nosotros, si somos sinceros sabemos que hemos hecho o dicho cosas que han herido a otros, aun cuando antes de llevarlas a cabo no nos hayan faltado escrúpulos.
Sabemos lo que significa no prestar atención a la Presencia.
Cuando leo los periódicos o veo las noticias, con frecuencia hago esta oración: «Si no fuera por la gracia de Dios, ahí estaría yo». Todos somos capaces de pecar.
El sueño de Dios de un mundo en el que nadie hará daño; «nadie hará mal en todo mi santo Monte» (Is 11,9), no será posible sin la cooperación de todos nosotros; y ninguno de nosotros llegará a realizar del todo las esperanzas y deseos de Dios. Al crear a los seres humanos dotados de libertad, y al llamarlos a su amistad, Dios se hace vulnerable a nuestras debilidades y temores.
Entonces, ¿por qué no elimina Dios a los malos? La respuesta de Jesús a esta pregunta la encontramos en la parábola de la cizaña crecida con el trigo.
No sé que pensaréis vosotros; por mi parte, esta parábola me hace suspirar de alivio, porque frecuentemente yo he sido cizaña en medio del trigo. También es verdad que, considerando que el universo entero está interconectado, la destrucción de cualquier cosa podría llevar a la aniquilación
de todo. De nuevo, me siento aliviado al pensar que Dios no haya abandonado a nuestro mundo a pesar de la cizaña que todos nosotros hemos sembrado. ¿Qué piensas? (William A. Barry, SJ -  Una amistad como ninguna.)


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