Haber experimentado a Dios en la plenitud del tiempo nos deja con el deseo de estar con Dios y de proclamar a Dios a los otros, tal como nosotros lo experimentamos. Y es un deseo que dura toda la vida.
Algunas personas dicen: 'yo soy una persona común y corriente, no soy un místico'. Aunque algunas personas tienen experiencias únicas de la presencia de Dios, y por lo tanto tienen misiones únicas para cumplir, anunciando la presencia de Dios en el mundo, todos nosotros (educados o ignorantes, ricos o pobres, visibles u ocultos) podemos recibir la gracia de ver a Dios en la plenitud de los tiempos.
Esta experiencia mística no está reservada para unas pocas personas excepcionales. Dios quiere ofrecer ese don a todos sus hijos, de un modo u otro.
Pero debemos desearlo. Debemos mantenernos atentos e interiormente alertas. Hay personas a quienes la experiencia de la plenitud de los tiempos les viene de manera espectacular, como sucedió con san Pablo cuando cayó al suelo desde su cabalgadura en el camino a Damasco (Hechos 9:3-4). Pero a algunos nos viene como un murmullo o una brisa muy suave que toca nuestras espaldas (1 Reyes 19:13).
 Dios nos ama a todos y quiere que todos lo sepamos de una manera muy personal.
Henri Nouwen.

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