En esta hora de dolor, de abandono, de angustia y de soledad, tu naturaleza divina calla. Tu poder se oculta. No hay rebelión, no hay demostración alguna de tu divinidad.
¿No hay demostración de divinidad? ¿Quién, sino solo Dios es capaz de sufrir todo esto sin reaccionar? ¿Quién, sino el Todopoderoso puede renunciar voluntariamente al poder?
Si solamente fuiste un hombre y nada más que un hombre ¿cómo soportar tanta injusticia con mansedumbre total?
Tu naturaleza divina ocultó su poder… pero desplegó al máximo su amor. Lo desplegó en entrega, en resistencia, en silencio…
¿Qué me pides, Señor, a cambio de este amor tuyo tan grande, que no puedo terminar de entender?
No me pides, no me pones condiciones, no me propones ningún trueque. Me amas más allá de todo y por encima de todo, para que, sin entender, solo vea a qué le llamas amor. Tu amor todo lo llena, todo lo cubre, todo lo abarca.
Me dejo amar por ti, mi Jesús, sólo me dejo amar. Abro mi corazón y te dejo entrar. Me llenas, me rebasas, me iluminas, me envuelves con tu amor… y yo te lo permito, me dejo amar, levanto la compuerta y dejo pasar el torrente infinito de tu amor… Entonces empiezo a entender qué quisiste decir con aquello de “ámense unos a otros como yo los he amado”.

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