Todos estamos dotados de talentos únicos que Dios ha puesto a nuestra disposición para hacerlos fructificar. A la manera de un pintor Dios ha extendido su paleta y con pinceladas firmes ha coloreado el corazón de sus hijos con una mezcla distinta de tonos y de texturas.
Esos regalos y dones necesitan ser puestos al servicio del Reino pues todos somos llamados a su construcción. No hay un solo modo de ponerlos al servicio y está más que claro que el Señor nos va llamando según lo propio de cada uno. No nos va a pedir nada de lo cual no nos haya dotado. Es tan absurdo como que se le pidiera a un mono que volara o a un pez que subiera montañas. Esto que puede resultar gracioso no lo es tanto. Lamentablemente existen muchas personas que intentando hacer lo que otros hacen, o ser lo que otros muestran se olvidan del sello único e insustituible que poseen.
Sin desarrollar los dones podemos volvernos amargados o desesperanzados y entrar en un círculo vicioso de desaliento y de odiosas comparaciones...
La contracara es la posibilidad de que seamos absorbidos por la tiranía de la masa y consideremos que todo debe ser igual en todos y que cualquier distingo es peligroso. Es esencial que aprendamos a resguardar nuestros dones y que impidamos que nos convenzan de que no sirven o “de que no son demasiado esto o son demasiado aquello”. Todo lo bueno que poseemos es pura gracia de Dios y los talentos son nuestros tesoros. Nadie puede desvalijarnos de ellos a menos de que sea con nuestro consentimiento.
Es de lamentar que en algunas familias y en ciertas comunidades religiosas no se valore la originalidad de cada uno de sus miembros y de este modo todo termine en una gran confusión…
Reconoce tus luces, disfruta de ellas, regala de su brillo a los demás y en cuanto te sea posible no te compares. Tu luz es extraorinaria y no necesitas apagar las luces de los otros para brillar con tu propia luz..
Brilla. Atrévete. Sin tu fulgor el mundo queda con menos claridad.
El Reino de Dios te necesita…
@Ale Vallina.

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