¿Te imaginaste alguna vez  ser libre de «esa» fragilidad que te complica la vida?  ¿De «eso» que te hace tropezar y que termina siendo la parte que más te molesta de ti mismo? ¿Sientes que luchas en vano y que no puedes vencer?
Aunque parezca mentira, muchos cristianos han convertido sus «caídas» en el tema central de su vida espiritual. Su vida se divide entre antes y después de cometer algún «desorden». Llevan cuentas del tiempo en que no se dejan vencer, para luego comenzar a contar los días que faltan para encontrarse con su confesor. Y así el ciclo vuelve a empezar. A esto llamo «bautizar a Narciso». Es bien conocida la historia de aquel joven apuesto que hizo sufrir cruelmente a la ninfa Eco al rechazar su amor. Némesis, la diosa de la venganza, al ser testigo del engreimiento de Narciso, provocó que él  se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente de agua. De esta manera, al contemplarse a sí mismo e incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose al agua. «Bautizar a Narciso» significa haber recubierto de virtud el antiguo vicio de ser “perfectos” como Dios. Son hombres y mujeres que desarrollan una obsesión manifiesta por estar “pulcros”, “inmaculados”, “irreprochables” y “ hacer todo bien”…con el ingrediente de «ser fieles» a Dios. Sin ánimo de juzgar creo que estas personas se olvidan de que la fragilidad no es el «agujero negro» del universo, sino justamente el lugar de encuentro con Dios. Resulta precioso leer la confesión que hace san Pablo cuando afirma « Pedí al Señor tres veces que apartara de mí este aguijón. Pero él me dijo: "Te basta mi gracia; pues mi poder se manifiesta en la flaqueza". Muy a gusto, pues, me gloriaré de mis flaquezas, para que en mí resida el poder de Cristo»  (2Co 12:8-9). La fragilidad es como el pozo donde Jesús encuentra a la Samaritana, o el árbol en donde contempla a Zaqueo. Es la orilla del lago en donde llama Santiago y Juan, y el lugar donde mira con amor el rostro vergonzoso de María Magdalena. Nuestras fragilidades no son un impedimento para seguir a Cristo, sino los  momentos en los que mejor podemos apreciar su poder.
La presencia de una fragilidad no nos hace infieles sino que nos vuelve dependientes de su gracia. Por momentos dudo de que las personas que inician verdaderas batallas contra sí mismos busquen en realidad seguir a Cristo. Más bien creo que se encuentran sutilmente enredados en su propia vanidad y esclavos de la soberbia de querer ser perfectos como Dios. Se contemplan a sí mismos todo el tiempo, y como Narciso, incapaces de apartar la mirada de ellos mismos se ahogan en el autodesprecio. La fragilidad es ese «extraño» lugar donde encontramos apoyo en Dios. Si verdaderamente quieres vencerte a ti mismo, en lugar de castigarte enardecidamente, pon en práctica la virtud que se opone a tu pasión. De esta manera en lugar de compórtate como Narciso estarás actuando como Cristo que «pasó haciendo el bien» (Cf. Hch 10, 38)
P. Javier Rojas sj

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