El hombre ha estado con Dios. Lo ha sentido tan vivo que su presencia inconfundible lo acompaña adondequiera que vaya. Se le presenta una gran dificultad: cómo perdonar una ofensa, siente una gran repugnancia en aceptar a alguien que le cae mal. Por amor a ese Dios a quien siente presente, afronta la situación y supera la repugnancia. Al hacer este vencimiento, crece el amor por Dios (diría 'crece' Dios: su presencia es más densa en mí). Este amor le empuja a un nuevo encuentro con Él. Este es el circuito vital.
No solamente eso. La situación repugnante, superada con amor, se ha transformado en dulzura, como le ocurrió a San Francisco con el leproso. Y Dios le dijo: 'Francisco, deberás renunciar a todo lo que has amado hasta ahora, y todo cuanto te parecía amargo se convertirá para ti en gozo y dulzura'.
En el encuentro vislumbra que durante el día tendrá que dar las grandes batallas en el terreno de la mansedumbre, de la paciencia y la aceptación, y 'lleva' a Dios a la batalla y 'con Él a la derecha' tendrá una serie de superaciones, con un alto costo, por cierto, siendo cada superación compensada con la alegría y el aumento del amor.
No faltará quien diga que esto es masoquismo. Los que tal dicen será porque jamás han vislumbrado ni de lejos la experiencia de Dios. Los que viven 'a' Dios, en cambio, sienten este proceso como una jubilosa liberación.
Con el 'Señor a la derecha' vuelve a la vida. Hay una situación conflictiva en la que la 'prudencia humana' aconseja callarse; así uno no se complica. Pero se acuerda de la sinceridad y veracidad de Jesús, y dice lo que debe decir. Efectivamente se complicó, pero se sintió libre en su interior.
I.gnacio Larrañaga

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