Nuestra conversión <<real>> al Señor, por tanto, esa que se verifica en la vida y no exclusivamente en el pensamiento o en el deseo, incluye una creciente con-naturalidad de nuestra sensibilidad con la del Señor. Hasta entonces, todo está por ver ... No somos, sin más, ni lo que pensamos ni lo que deseamos, sino, más humildemente, lo que la vida real nos dice que somos. Un hombre o una mujer así, con-figurados con el Señor, tanto en su sensibilidad como en sus sentimientos, son un modelo de hombre o de mujer unificados. Son, sobre todo, un milagro. A ese hombre y a esa mujer se les va haciendo cada día más familiar el encuentro con Dios en todo: eso que constituye el requisito y la meta de toda espiritualidad apostólica.

José A. García, sj

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