El amor o es humilde, y sabe disculpar, perdonar, olvidar, no llevar cuentas, como nos recuerda sabiamente el Apóstol, o no progresa, sino que se convierte pronto en un egoísmo a dos, y eso en el mejor de los casos.
Aprender a mirar al otro de hito en hito, a la misma altura, de igual a igual, supone ejercitarnos en el amor que se abaja, el que debe mirar primero hacia arriba con gratitud, y encontrarse con la otra mirada que se deja lavar los pies, que acepta el detalle, que aprende a recibir el don tanto como a ofrecerlo cuando le toque. Porque esta asimetría de posiciones en el amor es siempre intercambiable, es decir: tiene que ser recíproca, para no romperse en dependencia o incluso en abuso manifiesto.

Xavier Quinzà Lleó, sj (El Dios que se esconde)

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