“Tienen casi siempre miedo, Abba; lo leo en sus ojos cuando se acercan a mí, o yo a ellos. Me di cuenta por primera vez al ver cómo reaccionaba Pedro cuando le pedí que se viniera conmigo: «Aléjate de mí, que soy un pecador>, me dijo, y me hizo recordar a lsaías, temblando de pies a cabeza cuando se le manifestó tu gloria en el templo. Y también al atemorizado Jeremías diciéndote: “Mira que no sé hablar, que sólo soy un muchacho …”Entiendo que la misión que les confiabas les asustara: también yo siento la mía gravitando sobre mis hombros, y a veces me abruma, como si me faltara el suelo debajo de los pies. Pero en esos momentos, cuando soy consciente de mi fragilidad, escucho, como Elías en el Horeb, tu voz silenciosa diciéndome: "No tengas miedo, yo estoy contigo". En esos momentos siento que todo mi ser se apoya seguro sobre roca, que en torno a mí se alza una muralla inexpugnable, o que estoy en lo alto de un picacho rocoso, con abasto de pan y provisión de agua ... […]He aprendido a vivir así, Abba, seguro de que tú eres para mí guardián que  nunca duerme, almena y escudo que me defiende, manos en cuya palma está escrito mi nombre ... Pero ¿cómo hacérselo saber a ellos?; ¿cómo convencerles de que pueden apoyarse en ti sin temor? Me doy cuenta de que temen, sobre todo, aquello que no pueden controlar, y desconfían de aquello que no son capaces de constatar inmediatamente…”
Jesús
Dolores Aleixandre. “Dame a conocer tu nombre”

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