No te mató el fusil ni la locura
de quien a sangre mata con la aurora,
ni tuviste el martirio con que llora
quien sufre ese terror de la tortura.
Tu cuerpo se apagó con la dulzura
de un velero de amor, como la prora
que reclama el crepúsculo a su hora
cuando el mar lo desea en su hermosura.
Te mató tu verdad apasionada,
la luz con que intuías el futuro
Te mató tu sonrisa enamorada
y el fuego que en Hiróshima se inicia.
por liberar al hombre de su apuro
desde esa fe que pide la justicia.
Pedro Lamet sj

Comentarios

Julia L. Pomposo ha dicho que…
¡Bello, muy bello!
Saludos