La constatación de la realidad me dice, cuando paseo por las calles de mi ciudad y veo las ofertas “religiosas y espirituales” que se hacen y, también, cuando oigo los discursos y las propuestas que hace gente que ha pertenecido a la Iglesia y han sido seguidores de Jesús de Nazaret, que algo no hemos hecho del todo bien en el cuidado del crecimiento y del despliegue de las posibilidades de la persona, o así lo perciben las personas que fueron o vivieron en un ambiente creyente. Parece que dentro de la Iglesia no se puede crecer como personas. Muchas veces se presenta no sólo a la Iglesia, no sólo a Dios, sino a la misma religión, tome la forma que tome, enemiga de lo humano: más castrante que estimulante; más portadora de muerte que suscitadora de vida.
Esto lo podemos sanar y regenerar desde la propuesta del mismo Jesús, no tenemos que acudir a nadie más: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esta propuesta tiene resonancias trinitarias: amar al Padre por sí y en sí; amar al Hijo, en el cuidado y compromiso con todo prójimo, sobre todo si está en necesidad; amar al Espíritu Santo que nos habita, hemos sido constituidos templo suyo por el bautismo: amar al Espíritu, amándonos.
En esto se podría aplicar aquello de que “lo que Dios ha unido, que no lo separe la persona humana”: amor a Dios-amor al prójimo-amor a uno mismo: ¡¡inseparables!!
Angel María Ipiña, csv

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