Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, no hablo de las visiones, símbolos y audiciones; no siento la necesidad de apoyar esta afirmación en una disertación teológica. Lo único que digo es que experimenté a Dios, al insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté, más allá de toda imaginación, a Dios que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.
Puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trata de algo tremendo. Era Dios mismo, vivo y verdadero, a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre Él.
¿Es algo obvio o resulta sorprendente? Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura. El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo.

Karl  Rahner SJ

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