«No “pierdas” el tiempo»


«No se turbe su corazón; crean en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, se lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para ustedes. Y si me voy y les preparo un lugar, vendré otra vez y los tomaré adonde Yo voy; para que donde Yo esté, allí estén ustedes también. Ya conocen el camino a donde voy. Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Le dijo Tomás. Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí”. Si ustedes me hubieran conocido, también hubieran conocido a mi Padre; desde ahora lo conocen y lo han visto. Señor, muéstranos al Padre y nos basta," Le dijo Felipe. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo he estado con ustedes, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre'? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo les digo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí es el que hace las obras. Créanme que Yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si no, crean por las obras mismas. En verdad les digo: el que cree en mí, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores que éstas hará, porque Yo voy al Padre».

Jn 14,1-12


En el Eclesiastés leemos que «Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo: Tiempo de nacer, y tiempo de morir; Tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; Tiempo de matar, y tiempo de curar; Tiempo de derribar, y tiempo de edificar; Tiempo de llorar, y tiempo de reír; Tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar; Tiempo de lanzar piedras, y tiempo de recoger piedras; Tiempo de abrazar, y tiempo de rechazar el abrazo; Tiempo de buscar, y tiempo de dar por perdido; Tiempo de guardar, y tiempo de desechar; Tiempo de rasgar, y tiempo de coser; Tiempo de callar, y tiempo de hablar; Tiempo de amar, y tiempo de odiar; Tiempo de guerra, y tiempo de paz. (Ecl 3,1-8 )» Sólo hay un tiempo que no acaba; el tiempo para agradecer.

Nuestra vida es un don de Dios que fluye y que se despliega. De nosotros depende que sea fecunda aun después de nuestra muerte.
Para crecer y dar frutos debemos atravesar por “distintos tiempos”, al igual que las plantas y los animales en las estaciones del año, para  llegar a ser fecundos. No habremos crecido ni madurado sanamente si nos resistimos a pasar estos tiempos. Porque de lo contrario seremos retoños pálidos o amarillentos.
Si pudiéramos aceptar lo que vivimos, o el tiempo que estamos viviendo “tal y como está aconteciendo”, dejando de lado el lamento o el reclamo tendríamos la oportunidad de descubrir lo que el tiempo que vivimos está haciendo.
¿Qué pasaría si el árbol se rehusara a perder sus hojas en otoño? ¿Qué sería de la viña si se negara a ser podada en invierno? ¿Qué ocurriría si el trigo se resistiera a entregar su espiga en verano?
No tendríamos frutos en primavera, no podríamos gustar del buen vino en la mesa con amigos, ni saborear el pan de cada mañana en familia.  Aprendemos a vivir….viviendo.
Todo lo que vivimos puede ser ocasión para crecer, madurar y fecundar. Es verdad que existen muchas personas que han atravesado por tiempos muy duros. Personas que sienten que sus vidas están destrozadas, heridas, quebradas, llenas de cicatrices. Pero no es menos verdad que de esas situaciones han surgido personas maravillosas.
Los tiempos duros saben forjar personas enriquecidas. En todo momento tenemos la posibilidad de elegir cómo vivir cada acontecimiento. Nadie está condenado por su pasado. Ninguno de nosotros está destinado a arrastrar sus propios pecados o los pecados de los demás, porque Cristo ya nos liberó. Todos somos, con la gracia de Dios que nunca nos falta, “arquitectos” de nuestra propia vida.
Cuando vivimos desde la perspectiva de que la vida es un regalo, un don, destinada a enriquecer la vida de los demás, comenzamos a entender que las “pérdidas”, las “podas”, y las “entregas” son parte de un proceso que nos convierte en personas con capacidad de sacar de nosotros un potencial mayor y contribuir en la felicidad de los demás.
Cuando Jesús pide a sus discípulos que «no se inquieten» los anima a superar la estreches de su mirada. Ellos ven fracaso en el acontecimiento de la cruz y no pueden comprender el misterio de la resurrección.
Los discípulos no podían comprender la nueva primavera que se forjaría tras el duro invierno de la cruz. El fruto nuevo que surgiría luego de que el árbol de la cruz perdiera sus hojas. Quedarían desconcertados al ver la viña de Dios podada… y quedarían sin aliento al ver el grano de trigo caer en tierra y morir para convertirse en pan. 
Vivamos cada “tiempo” como un momento único, especial, para hacer fecunda nuestra vida. Vivamos como dice aquella conocida chacarera sabiendo que «La vida me han prestado y tengo que devolverla, cuando el creador me llame para su entrega».
Nuestra vida es bella, compleja en ocasiones, pero con capacidad para convertir este mundo en un lugar mejor si no nos resistimos a las “pérdidas”, a las “podas” y a las “entregas”.
El “tiempo” que vivimos actualmente, cada uno de nosotros, forma parte de un proceso. Doloroso tal vez, pero dependerá de ti que no se convierta en un extenso otoño de pérdidas, ni en un prolongado invierno de ausencias.
¡Adelante!. No te inquietes, sigue adelante… crece, madura, pierde, renueva…y vuelve a dar frutos. Aprendamos a agradecer a Dios los “tiempos” que aun siendo de “pérdidas” y “podas” nos han hecho madurar y dar frutos.
Pidamos al Señor que nos conceda la gracia de atravesar los tiempos que nos toca vivir con amplitud de corazón y de mente para descubrir en ellos la acción de su Espíritu que nos impulsa a crecer y fecundar esta tierra.


P. Javier  Rojas sj

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