Lluvia persistente en Mendoza. Las gotas caen, una tras otra, en rítmico compás. Sin pausas. Empapándolo todo. Un frío inusual para este verano que aún no se va. Y la imposibilidad de dormir recordando un “ranchito” de latas y maderas que casualmente vi por estos días circulando por un barrio muy humilde. Uno de tantos que se levantan endebles y frágiles en las proximidades de cantidad de  ciudades por el mundo.
En esa casita todos  deben estar mojados. Una construcción en esas condiciones no tiene ninguna chance de estar “seca” por estas horas… Y no dejo de pensar en las personas que la habitan.
¿Tendrán niños pequeños?, ¿Habrán comido algo hoy? ¿Algún vecino los habrá provisto de una manta adicional?
Las gotas golpean los vidrios de mi ventana y parecen lágrimas que lloran tanto dolor. Porque hay más “ranchitos” que se empapan y más gente que pasará una más de tantas noches heladas y sin abrigo…
Llegan a mi memoria en este insomnio lluvioso las palabras de San Alberto Hurtado: “el pobre es Cristo”. No puedo dormir en paz con tantos Cristo mojándose alrededor…
Mi esperanza es que mañana salga el sol. O que seamos nosotros soles para otros…

@Ale Vallina

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