«El amor que sana y el amor que enferma»


«  Respondió Jesús y le dijo: --Si alguno me ama, mi palabra guardará. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él.   El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me envió.   Estas cosas os he hablado mientras todavía estoy con vosotros.   Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os hará recordar todo lo que yo os he dicho.   La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.   Oísteis que yo os dije: “Voy y vuelvo a vosotros.” Si me amarais, os gozaríais de que voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo.   Ahora os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis.»
Jn. 14, 23-29


Si nos hiciéramos la pregunta sobre qué sana y qué enferma a los hombres de hoy,  seguramente que responderíamos haciendo alusión a algunas de las enfermedades de las que aún no se han hallado antídoto. O tal vez aludiríamos al stress que se vive en la sociedad actual.
Pero en realidad aquello por lo que los hombres podemos llegar a enfermarnos o a sanarnos, no tiene que ver con un virus o una epidemia, sino con el amor. Es cierto. El amor pueda sanar o puede enfermar…
El amor es la única pasión que tiene esta doble dimensión. Sanar o enfermar.
Se preguntarán ¿es posible que el amor enferme?, ¿es posible que el amor tenga esa capacidad de sanar y de enfermar?. El amor es una fuerza que puede transformar a una persona, pero también tiene una energía que puede enfermar ya sea por falta o por exceso.
El amor enferma cuando tiene dobles intenciones. Cuando no es limpio o cuando no tiene en cuenta a la otra persona como un ser único e irrepetible. Es común percibir como el amor de los padres está mezclado con otros motivos. A veces aman a los hijos para compensar, a través de este amor, la falta de amor, de protección, de atención que ellos no experimentaron. De esta manera resulta que el amor no es desinteresado: tiene segundas intenciones.
El amor enferma cuando pretende tener sometida a la otra persona. Cuando busca ser la fuente que cubre todas las necesidades de los otros. Este amor, disfrazado de generosidad, esconde bajo su máscara un anhelo profundo de sentirse amado a través de hacerse “necesario” para los demás.
El amor enferma cuando exige o reclama más de lo que los demás pueden dar. Hay personas que sienten el deseo de que ser amados incondicionalmente. Exigen demasiado a los demás, y lo único que logran es un amor frágil y limitado. Pretenden que el amor del otro satisfaga plenamente su necesidad y lo que generan es más rechazo y asilamiento.
Cuando una persona espera demasiado del amor del otro, es signo de que posee una dificultad para amarse a sí misma. No logra aceptarse ni soportarse a sí misma y por ello pretende hacerlo a partir del amor del otro. Se “siente a sí misma” a partir del amor que el otro puede dar. Amor que siempre será poco para la inmensa necesidad que experimenta de sentirse amado.
Pero el amor también sana y transforma a la persona.
¿Cuándo el amor sana y transforma al ser humano?
El amor que sana es el amor que sostiene: Es esa manifestación de cariño y de ternura, a partir del cual la otra persona siente que no es enjuiciada. El amor es sano cuanto sostiene a la otra persona mientras ensaya su libertad. Cuando alienta a intentarlo nuevamente a pesar de las caídas o de los fracasos. El amor es sano si sostiene al otro en su individualidad, cuando lo respeta y lo acepta.
El amor que sana es el amor que propone: Es el amor que no busca tener siempre la razón, sino el amor que busca la verdad. En ello nos damos cuenta de que un amor es genuino, en la búsqueda de la verdad. Es el amor que no alardea de lo que sabe –“yo sabía que te iba a pasar eso”- sino que busca que ambos puedan ver el horizonte desde perspectivas distintas. El amor sano, no busca egoístamente tener la razón, sino que propone la búsqueda de la verdad.
El amor que sana es el amor que se ofrece: El amor que se ofrece es aquel que es generoso. Aquel que no tiene segundas intenciones. El amor cuando se ofrece está dispuesto a recibir también en su justa medida lo que la otra persona es capaz de dar. No busca satisfacer su vanidad ni compensar su baja autoestima, sino que se goza y se alegra de lo que el otro puede dar desde su libertad y desde su capacidad de amar.
En toda persona habita el deseo de amar y de ser amada. El ser humano llega a serlo cuando experimenta amor y puede dar amor… En esto radica el consejo que Jesús les da a sus discípulos. Consejo con el cual pretende que todos los hombres podamos hacer frente a aquella fuerza que puede sanarnos o enfermarnos. «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado». Y el amor con el que Él nos ha amado es un amor que se ofrece, que sostiene al débil y que sobre todo busca la verdad.

P. Javier  Rojas sj

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