La felicidad es un resultado, una consecuencia y no un objetivo o fin. Ella llega como consecuencia, primeramente, de la aceptación propia y de los demás incondicionalmente. Luego sigue el conocimiento de la realidad o de las personas, antes de proyectar nada sobre ellos. El entendimiento de las situaciones o la comprensión de las personas es lo que hace que una realidad pueda ser transformada o que una persona se sienta aceptada para iniciar un camino de transformación si ella lo desea. Porque no son los propios criterios o fantasías acuñadas las que deben hacerse realidad en la vida de los demás, sino los criterios y propuestas del evangelio. 
P. Javier Rojas sj

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