¡Dichosos los que sin haber visto han creído! – Jn 20,29

Tomás cree porque ha visto…, pero Jesús no lo llama dichoso.
Quiso pruebas, quiso ver y tocar… Y le fue concedido.
Pero pudo creer porque la misericordia de Dios le tocó el corazón
y le dio la gracia del ver interior, la abertura y la aceptación del corazón.
Es más, el ver y tocar exterior no le hubiera valido para nada.
Lo hubiera considerado una ilusión.
Nada que venga de Dios, así sea el mayor de los milagros,
prueba como dos y dos son cuatro.
Lo que viene de Dios toca,
y sólo cuando el corazón está abierto a acoger
y el espíritu desprendido de sí mismo,
es realmente visto y comprendido,
y se despierta la fe.
Si no es así, siempre habrá razones para decir…
que se trata de una mera ilusión.
O que esto es así porque lo otro es así…
O la escapatoria de siempre:
Todavía no lo podemos explicar, pero en el futuro se aclarará.
Dichosos los que no ven y creen.
Los que no piden milagros, cosas extraordinarias,
sino que perciben el mensaje de Dios en lo ordinario, en lo de cada día.
Los que no piden pruebas convincentes,
sino que saben que todo lo que viene de Dios
queda siempre flotando en una oscilación última,
para que la fe no deje de ser una audacia.
Saben que en la fe el corazón no queda seducido,
que no hay en ella una fuerza que venza a la persona
con una aplastante certeza.
Lo que viene de Dios toca suavemente,
viene sin hacer ruido,
deja plena libertad,
incita a una decisión que nace en el corazón
y es silenciosa, profunda, tranquila…
Dichosos son los que se esfuerzan por estar íntimamente abiertos.
Los que tratan de limpiar su corazón de toda obstinación, presunción y pedantería.
Los que son obedientes, humildes y libres...
Los que son capaces de percibir el mensaje de Dios en la palabra cotidiana,
aun de aquellas personas que no tienen nada especial que decirnos…
En las frases mil veces oídas de la doctrina cristiana,
que ni siquiera tienen fuerza inspiradora…
En los acontecimientos de cada día que traen siempre lo mismo:
Trabajo y descanso,
preocupación y éxito,
una alegría,
un encuentro,
un dolor.
¡Dichosos los que en todo eso reconocen al Señor!

ROMANO GUARDINI

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