Contemplo tu rostro contrito entre los olivos de Getsemaní. Estás acuciado por el miedo, acogonjado…Te postras en el suelo y apoyas tu rostro en la tierra fría, húmeda y desolada. Tu corazón se oprime de dolor.
Y de pronto, todo se sucede tan rápido. Te traicionan, te apresan, te abandonan, te niegan, te calumnian, te acusan. Y con una celeridad de muerte llegan el juicio, las espinas y la cruz.
El desconsuelo de tu Madre es infinito, y sin embargo con la hidalguía de una Gran Señora te acompaña con el alma traspasada de dolor, pero firme, sin moverse ni un centímetro de tu lado.
El camino hacia la Cruz es de un agobio sin igual. El madero es pesado, el camino escarpado, la gente grita, acusa. Otros, lloran.
 Llega el turno de los clavos y ese dolor, que es menos físico que del alma. Te suben a la cruz y puedes contemplar desde las alturas a todos. Allí están tu Madre, ternura incondicional, mujer de Dios, Madre tuya y donada por Ti a toda la humanidad. Allí está la Magdalena y Juan y otros pocos amigos…
Los romanos se burlan y los pocos del Sanedrín que observan desde lejos tu martirio se restriegan las manos...Ignorantes! Creen que se ha hecho justicia…
A las tres de la tarde acontece tu muerte. Pero antes perdonas a tus agresores, nos regalas a tu Madre y encomiendas tu Espíritu al Padre.
En merecimiento de tu preciosa sangre vertida por todos nosotros, te prometo (aunque sé que caeré mil veces), enmendar mis errores, intentar reparar mis pecados y poner mi corazón en tus manos para que sanes mis heridas y moldees a tu parecer mi vida…
@ Ale Vallina

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