Y dijo: Mi Dios, primeramente pon la mano sobre el corazón de tu siervo para que regrese la paz. Sácame la espada de la ira y cúrame la herida. Sosiega mi corazón y mis entrañas antes de que tu siervo pronuncie palabras graves. En esta tarde de oro, en tus manos de misericordia deposito estas rosas rojas de amor:
No despreciaré a los que desprecian.
No maldeciré a los que maldicen.
No juzgaré a los que condenan.
No odiaré a los que explotan.
Amaré a los que no aman.
No excluiré a nadie de mi corazón.

 Padre Ignacio Larrañaga

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