En la catedral de Reims hay un ángel realmente singular: despedazado, destruido, surcado por cicatrices y heridas. Con el paso del tiempo se ha quedado sin una de sus alas; pero lo sorprendente de este ángel es que, pese a todas las lesiones, sonríe al que lo mira.  Jesús nos enseña a sonreír desde nuestro sufrimiento, a saber llevarlo como Él. Según el Evangelio, Cristo recorría ciudades y aldeas enseñando y curando toda enfermedad y dolencia; se extendía su fama, y le traían a todos los que padecían algún mal: a los atacados de diferentes enfermedades y dolores, a los endemoniados, lunáticos y paralíticos; a todos los curaba (Mt 8,16).   La gente le admiraba y exclamaba: “Todo lo ha hecho bien: a los sordos  hace oír y a los mudos hablar” (Mc 7,37). Jesús, con su presencia, sembraba la paz, el bien, el amor. El dolor, el odio y el mal se alejaban de Él.  Pero Jesús conoció en su carne el rechazo   y la traición. En momentos de sufrimiento gritó a Dios: “Padre, que pase de mí este cáliz” (Lc 22,42). En su espíritu sintió no sólo el abandono de los suyos, sino hasta de Dios. Por eso, desde la cruz exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). El ser humano se revela contra el sufrimiento  y se pregunta: ¿Por qué tenía que pasarme  esto a mí? ¡No hay derecho! Pero es bueno  no quedarse ahí, no se adelanta nada  con quejarse; tampoco se adelanta nada  con echarse la culpa; aceptar la realidad,  y el perdón que ofrece el Señor libera  de todas las culpas y pesadillas.   El miedo a lo que pueda ocurrir paraliza  a la persona para confiar en Dios.  Una de las mejores recetas para  cualquier sufrimiento es confiar en Él, abandonarse  en las manos del Padre; Él ha prometido  cuidarnos y estar con nosotros hasta  el final de nuestros días, pase lo que pase.   ¿Para qué sirve el sufrimiento?  C. S. Lewis decía que “el dolor es el altavoz  de Dios ante un mundo sordo”. Dios quiere  hablarnos, pero el placer, la vida muelle,  los triunfos... nos impiden escucharlo.    Efectivamente, cuánta gente ante una dificultad,  una enfermedad, una limitación, ha cambiado  el rumbo de su vida empleando todas las energías  en proyectos que verdaderamente merecen la pena.  El dolor hace que prestemos atención  a lo esencial e importante.   “Las cosas que duelen, enseñan” (B. Franklin).  El sufrimiento puede jugar un papel importante  en el crecimiento del ser humano.   La fe, la oración, la paciencia, la alegría,  la esperanza y la mirada puesta en el cielo  pueden ayudarnos a aceptar nuestro sufrimiento.  Saber sufrir y tener  el alma recia y curtida  es lo que importa saber.  La ciencia del padecer  es la ciencia de la vida.  No hay como saber sufrir  con entereza el dolor,  para saber combatirlo.  Que el dolor es la mejor  enseñanza del vivir. (J. M. Pemán).
 Eusebio Gómez Navarro OCD

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