«El amor hace la diferencia»



Domingo 3 de junio – IX - Santísima Trinidad

« En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Mt 28, 16-20


Hemos escuchado decir que Dios ES amor. Pero, ¿todo amor es Dios?
Cuando nos acercamos al misterio de la Santísima Trinidad nos acercamos también, de algún modo, al misterio del amor en el corazón de ser humano. Y si no dejamos de lado nuestras propias conceptualizaciones respecto al amor, difícilmente podremos aceptar al Dios que se nos revela como amor. En gran parte, la dificultad que tenemos los hombres para abrirnos al misterio de Dios radica en que demasiadas palabras, conceptos, ideas sobre Él. En ocasiones confundimos «conocer» con «amar».   
 Si hay algo que refleja el misterio de la Santísima Trinidad  es el amor. La relación amorosa que establecen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es lo que Jesús vino a comunicarnos. Y en gran parte la dificultad que tuvo para transmitirnos ese amor se debió a que sus oyentes decían «conocer a Dios» y «sabían» como se iba a manifestar. 
Cuanto más ideas alberguemos sobre Dios, más riesgos corremos de terminar adorando nuestras «propias ideas». Dios se nos revela en el amor, y para poder acogerlo es necesario que dejemos de lados nuestros propios conceptos. 
Uno de los grandes errores en los que caemos con frecuencia los seres humanos es creer que por el hecho de sentir amor está justificado hacer lo que «uno quiera». Con frecuencia y, sin discernimiento alguno,  seguimos el curso de nuestros impulsos por el sólo hecho de llamar amor a lo que siento. Pero,  ¿vale justificar mis actitudes porque diga que realizo las cosas “por amor”? ¿Es suficiente con decir “te amo” para dar riendas sueltas a cualquier acción?
C.S.Lewis en su libro “Los cuatro Amores” dice «Todo amor humano, en su punto culminante, tiene tendencia a exigir para sí la autoridad divina; su voz tiende a sonar como si fuese la voluntad del mismo Dios».
El hecho de que con la palabra “amor” podamos nombrar a Dios y que amar es una acción que evoca a la divinidad, no implica que todo amor sea Dios. No es razón suficiente, y puede llevar a un grave error, aceptar que por el hecho mismo de que una acción provenga del amor una persona pueda reclamar el derecho de «hacer lo que quiere».
Por lo tanto «amar» y «hacer» lo que uno quiere no implica necesariamente tener que aceptar que una acción sea «buena». En el amor humano el discernimiento garantiza el bien obrar. El amor cuando es verdadero quiere el bien. 
La actitud del sujeto de salir de sí mismo, movido por el deseo de amar, puede esconder debajo del disfraz de bondad el egoísmo más extremo. Cuando la acción de amar aduce autoridad divina reclama «hacer lo que quiere», porque con ello pretende liberar de la sospecha su acción egoísta.
El amor, cuando busca verdaderamente el bien, entiende que renunciar también una manera de amar. En ello encontramos una clave para discernir la autenticidad del amor, en la capacidad de renunciar a la “propia manera” de hacer las cosas. Cuando un acto de “amor” se adjudica el derecho a ser la única alternativa, es convierte en “despotismo”.
  El amor que pasa por el discernimiento es libre para «hacer lo que quiere» porque lleva en su seno la posibilidad de «no» hacer. Amar en ocasiones es renunciar a favor de otro.
¿Qué puede aportar a nuestro amor humano el Amor que anida en la Santísima Trinidad? Sabemos del amor que anida en el seno de la Trinidad por el amor que Jesús nos ha comunicado. Podremos resumir de la siguiente manera ese amor que Jesucristo nos ha manifestado; El que ama, “es” y deja que el otro “sea”. El amor verdadero, el que permite ser y estar con uno mismo y con el otro, es el que se funda a la vez, en la máxima unión y en la máxima distinción. Amar no es querer que el otro sea y viva al modo como yo quiero. El verdadero amor sabe apreciar la diferencia y se goza en lo distinto porque nutre y alimenta la propia vida.
Por esto es que cuando oímos decir “hago esto porque te amo” o “si me amas harías esto o aquello”, nos suene a veces tan extraño. Paradójicamente ese amor se muestra tan amable, es más beneficioso para el que lo dice, que para el que supuestamente está dirigido.

Pidamos a Dios la gracia de amar bien. Aceptando las diferencias y enriqueciéndonos con ellas. Y no olvidemos que no podremos amar a otra persona, a no ser que antes hayamos sido capaces de aceptar el amor que Dios nos tiene y seamos capaces de amarnos a nosotros mismos. El amor desciende de arriba, brota desde dentro de nosotros y se comunica a los demás.

P. Javier  Rojas sj

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