Qué agradeces? A quién agradeces?
Ser agradecido es, en definitiva, alabar al Creador de todo.

La persona agradecida recuerda el día de la independencia de su país y a quienes dieron su vida por ella, el cumpleaños de las personas queridas, el aniversario de su boda o del fallecimiento de un amigo...  La persona agradecida celebra los magnalia Dei, los hechos asombrosos de Dios, y, por encima de todo, la muerte de Jesús, sin solución de continuidad con su resurrección.  La Eucaristía es la memoria transformada en agradecimiento.  En su discurso de despedida, Jesús nos promete el envío Espíritu Santo para que nos lo recuerde (Jn 14,26).
“Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).  Un corazón no dividido hace transparentes las cosas, las situaciones y a las personas; ve a través de ellas; reconoce en ellas su Fundamento más profundo, el misterio que anida en el corazón mismo de todo cuanto existe; en definitiva, el amor de nuestro Abba del cielo.  El corazón limpio no es codicioso, no se aferra; no está esclavizado y no es posesivo; no está disperso y aburrido; mira más allá de la mera utilidad o ventaja personal; no tiene una fijación en el logro y el éxito.  Vivir con un corazón no dividido hace mucho más fácil vivir de un modo agradecido y orante y descubrir a Dios obrando en todo (Jn 5,17).En el vocabulario bíblico, el corazón denota la realidad auténtica y profunda del ser humano, en oposición a la apariencia y la superficialidad.  El corazón es la fuente misteriosa de nuestra energía vital.  “Por encima de todo guarda tu corazón, porque de él brota la vida” (Pr 4,23).  Pero lo verdaderamente importante es que es en nuestros corazones donde reside nuestra capacidad de amar, lo que nos une con el origen de toda la creación.  El corazón tiene una profundidad insondable, análoga al mismo amor creador de Dios.  Una de las responsabilidades fundamentales de cualquier ser humano es encontrar el camino hacia su propio corazón, y en esta empresa el agradecimiento es un aliado incondicional.
En el primer capítulo del evangelio de Lucas, María canta el Magníficat, el cántico de acción de gracias (1,46-55); inmediatamente antes había pronunciado su fiat (1,38), y entre ambos hay una estrecha conexión.  Quienes no se atreven a entregarse nunca pueden ser agradecidos.  La entrega y el agradecimiento interactúan reforzándose mutuamente.  En la contemplación final de los Ejercicios Espirituales, la gracia que pedimos es: “conocimiento interno de tanto bien recibido” (233), y esta contemplación desemboca en la oración final, la oración del abandono: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad...” (234).  Análogamente, la celebración eucarística abarca tanto el agradecimiento como la entrega de uno mismo. En definitiva, el agradecimiento significa corresponder con el mismo amor con que  somos amados.
 Piet van Breemen SJ



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