«Un Amor sin estrenar»

«  29 Inmediatamente después de haber salido de la sinagoga, fueron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo (Santiago) y Juan.  30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y enseguida hablaron a Jesús de ella.  31 El se le acercó, y tomándola de la mano la levantó, y la fiebre la dejó; y ella les servía.  32 A la caída de la tarde, después de la puesta del sol, trajeron a Jesús todos los que estaban enfermos y los endemoniados.  33 Toda la ciudad se había amontonado a la puerta.  34 Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y expulsó muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque ellos sabían quién era El.  35 Levantándose muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, Jesús salió y fue a un lugar solitario, y allí oraba.  36 Simón y sus compañeros salieron a buscar a Jesús.  37 Lo encontraron y Le dijeron: "Todos Te buscan."  38 Jesús les respondió: "Vamos a otro lugar, a los pueblos vecinos, para que Yo predique también allí, porque para eso he venido."  39 Y fue por toda Galilea, predicando (proclamando) en sus sinagogas y expulsando demonios.»
Mc 1, 29-39



Las relaciones de pareja, amistad, laboral, religiosa, etc. que se sustentan en el “aprecio” y “valoración del otro” desarrollan una dinámica que es interesante advertir.
Todos apreciamos ser queridos y amados por los demás. Pero, ¿ponemos límites y condiciones al amor del otro? ¿Aceptamos ser amados sin condiciones?
Solemos decir que es “amor” lo que sentimos por la otra persona cuando nos despierta cariño, ternura, compasión. Cultivamos gestos, palabras, actitudes con los cuales pretendemos manifestar externamente el sentimiento profundo que llevamos por dentro.
Sabemos, por experiencia propia, que el amor “potencia” lo mejor de nosotros. Descubrimos realidades personales que permanecían ocultas y de manera significativa nos reconocemos con capacidad de salir de uno mismo e ir al encuentro del otro.
Me gusta oír cuando las personas dicen “Amo a Dios” o cuando expresan “desde que conocí al Señor mi vida cambio” y ver como ese sentimiento les abre el corazón para servir y ayudar a los demás. Es maravilloso ver al ser humano  enamorado de Dios porque en su rostro se refleja un pedacito de cielo, un trocito del Edén.
Pero aun así, por momento percibo que ponemos límite al amor del otro y como consecuencia de ello “hay una porción de Amor que queda sin estrenar”.
No podemos negar que, aunque muy lentamente, la imagen del Dios castigador y vengativo va quedando en el pasado. La religión del cumplo y miento (cumplimiento)  que durante mucho tiempo sirvió para tranquilizar las conciencias escrupulosas, se va transformando gracias a quienes han sabido mostrarnos, como lo hizo Jesús a sus contemporáneos, el rostro paterno de Dios.
El hombre de hoy no teme el castigo ni la venganza de Dios. Siente la libertad para amar o rechazar a Dios, e incluso para “negar su existencia”.
Y nosotros, los que decimos amar a Dios y aceptar su amor ¿Dejamos que Dios nos ame como él quiere? ¿Aceptamos sin condiciones el amor que quiere ofrecernos? ¿Dejas a tú que Dios te ame como él quiere? ¿Le permites a Dios que elija como amate?
En ocasiones creo que nos falta mucho camino por transitar. Haber perdido el miedo a Dios, no significa que hayamos aceptado su amor: Su manera de amar.
Y ¿Cuál es ese modo de amar de Dios? ¿Cómo elige Dios amar al hombre? Marcos en el evangelio de hoy dice que «la tomo de la mano y la levanto» (Mc 1, 31).
Dios ama extendiendo la mano y tocando. No tuvo asco del barro cuando modelo al hombre en sus manos. No dudo Jesús en tocar al leproso, al ciego, al paralítico, a los poseídos por espíritus inmundos. Dios no se escandaliza de la miseria del hombre ni de su pecado. No se fija en la “suciedad” que lleva encima. Se acerca hasta el lugar donde hombre yace deprimido y desolado por sus faltas y “repara sus fuerzas”. Dios fortalece al abatido, levanta al caído y lo pone en pie.
Con frecuencia nos avergonzamos ante Dios cuando hemos pecado porque queremos ofrecerle un corazón limpio y un alma inmaculada. Nos entristecemos  como el niño que “mancha” su prenda de ropa nueva y limpia. Quedamos con lágrimas en los ojos pensando que no hemos estado “a la altura del Amor De Dios”.
¡Qué poco sabemos del amor de Dios! ¡Cuántos límites ponemos a su manera de amar! Pensamos que el pecado y Dios son “irreconciliable”, que el amor que debemos ojfrecer debe ser siempre puro y limpio, pero pocas veces nos preguntamos ¿Cómo elige amarme Dios? ¿No hay acaso mayor amor en aquel que acoge incondicionalmente? ¿No es “puro y limpio” el amor que se derrama sobre aquel que no tiene mérito para merecerlo? ¿Tiene límite el amor de Dios hacia nosotros?
Deja a Dios que se acerque tu miseria y no te avergüences de ello. Permítele a Dios que el elija como amarte. No le pongas límites ni condiciones. “Estrena” el amor que tiene para darte. Es un amor que viene de lo alto, un amor que es divino.
Pidamos a Dios, libertad para aceptar “su” manera de amar. Que nos libere de los prejuicios que tenemos hacia él.


P. Javier  Rojas sj

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Impecable e imperdible la reflexión, gracias padrecito..