«En el desierto de nuestras vidas»


                
«En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva»
Mc 1, 12-15
                               
Si comprendemos nuestra fe como un llamado a imitar los mismos sentimientos de Cristo y si valoramos nuestra vocación de cristianos como seguimiento a Jesucristo, no debería sorprendernos encontrarnos muchas veces “viviendo entre las fieras y los ángeles”. Nuestro compromiso como cristianos es un llamado profundo y real a ser “luz en medio de las tinieblas”. Instrumento de paz en medio de las discordias y de  las divisiones, de verdad en una sociedad plagada de mentiras,  de claridad y certezas en medio de confusiones y dudas. El cristiano vive por momentos en el desierto de la prueba y debe estar dispuesto a mantener firme su fe y su confianza en Dios aún cuando se sienta sólo.
Dios, en nuestra condición de hijos suyos, nos hace partícipes de la misión de su Hijo. Una misión destinada a comunicar al mundo la vida de Dios, aún cuando ella parece no querer escuchar su mensaje.
Jesús comienza su misión por el desierto. Es decir por la soledad, el vacío y la intemperie. Así es como llegará a comprender que el corazón del hombre debe anunciar la palabra de su Padre. Para anunciar su mensaje debe pasar Él mismo por el desierto. Soledad, vacío e intemperie es paisaje aterrador. Esto lo contemplamos en el alma de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Es sorprendente cómo muchas personas han llegado a talar el bello paisaje de sus almas, han dejado secarse las corrientes de alegría que surcaban sus vidas y se olvidaron de cultivar el amor y la esperanza.
Luego del bautismo, Jesús comienza su misión que tendrá una doble dimensión: transformar el corazón del hombre y gestar actitudes nuevas. Es decir, lo que opera el Espíritu en nosotros, se refleja en nuestros actos y en nuestras vidas…
Dios comienza primero por inundar nuestro propio ser y luego espera que seamos buenos discípulos. El “buen discípulo” comunica al mundo lo que Él ha dicho en el secreto de la oración.
Jesús se adentra en el desierto de mi propia vida, ahí donde viven las “fieras y habitan los ángeles”. En la intimidad de mi ser, dónde muchas veces he sentido la soledad, Él se hace compañía. Allí donde la decepción arrasó con la confianza, Él volverá ha convertirse en esperanza. Jesús comienza su misión por mis propios desiertos, allí donde abundó la generosidad y ahora quiere permanecer el egoísmo, dónde creció la misericordia y ahora quiere reinar la venganza, dónde puso su tienda la avaricia y ahora quiere crecer la caridad, entre “las fieras y los ángeles”…
Jesús inicia su misión en nuestros desiertos e inunda con su luz: entonces somos capaces de reconocer sin miedo el extravío y el error. Reconocemos la necesidad que existe de darle una nueva dirección a nuestras vidas cuando hemos equivocado el sendero. La luz de su gracia en nuestro corazón nos da la fuerza para dar un golpe de timón a nuestra vida y encauzarla hacia una vida más plena…donde la propia felicidad se convierte también en felicidad para los demás.
 La presencia de Dios en nuestra vida se reconoce porque engendra bondad: sentimos en nosotros el ansia de ayudar y de dar. Somos capaces de reconocer en el que sufre y en el necesitado el rostro de Cristo. Sentimos el deseo de acercarnos a Él. La bondad de Dios en nuestra vida nos permite romper las cadenas del egoísmo y de la avaricia, y nos libera para amar… Cuando Dios vive en nosotros podemos darnos y percibirlo en nuestros actos de caridad y de generosidad. Aprendemos el arte de amar y de dar. El que tiene presente a Dios en su vida puede decir como san Pablo “Ya no vivo yo, es Cristo quién vive en mí”.
Cuando Jesús está presente en nuestros desiertos, allí donde “viven las fieras y habitan los ángeles, nos enseña a ser fieles: un corazón sincero y una voluntad enamorada sabe decir “No” y sabe mantener la marcha aún en medio de las tentaciones. Porque como cristianos no sólo debemos cuidarnos de nuestras “propias fieras” sino también saber librarnos de las trampas que las tentaciones… Ser fieles, no significa solamente evitar traicionar a quienes amamos, sino también perseverar en las buenas obras, vivir con los sentimientos de Cristo y responder en cada situación como Cristo lo haría.
Hemos iniciado la Cuaresma y Jesús empieza a “misionar en nuestros propios desiertos”. Pidamos a Dios la gracia de colaborar con Él en su misión y disponernos a realzar  la belleza de nuestras almas. Que la luz de la fe, la esperanza y la caridad le devuelvan a nuestro corazón la vida nueva que tanto necesitamos experimentar.

 P. Javier  Rojas sj

Comentarios