Una noche, estando el Amante y el Discípulo sentados a la luz de una vela, vino una polilla y se puso a revolotear en torno a la llama pareciendo como si ella quisiera calentarse. Viendo esto dijo el Discípulo: Señor, esa polilla es como un amante que gusta calentarse junto al amor de su amado. No, hijo mío -dijo el Amante. Ella es como un indigno buscador que, viendo el amor del Amado, no se le aproxima por temor de perder todo cuando posee al calor de su amor.
Se alejó la polilla volando y, al poco tiempo, se acercó otra y tan cerca estuvo de la llama que sus alas se chamuscaron y perdieron sus bellos colores, con lo que también ésta se alejó volando hacia la oscuridad. Entonces dijo el Discípulo: Señor, esta polilla sí es como un verdadero Amante del Amado porque, como has visto, ella ha dejado que se chamuscaran sus alas y ha perdido todos sus bellos colores por causa del gran amor que la atraía a la llama. No hay tal amor -dijo el Amante-. Esa polilla es como un Amante cobarde que, a pesar de haber gustado de las delicias del Amado, huye de la llama y abandona al Amado cuando siente los primeros ardores del Amor.
Se acercó por último otra polilla y ésta tan pronto vio la vela, no se entretuvo como las otras en revolotear en torno a la llama, sino que voló directo hacia ella y lanzándose de lleno se sacrificó de manera que se hizo una con la llama. Ved -dijo el Amante-, así es el verdadero Amante que, sin pensar en nada más, se arroja por entero en el amor abrasante del Amado.
El Jardín del Amado

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