« En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». Entonces dijo a los discípulos: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta».


                   Mt 16, 21-27

Evagrio Póntico, conocido monje y asceta cristiano del s. IV, se hizo conocido por medio de los libros del monje benedictino Anselm Grün. Evagrio, siguiendo a Orígenes, utilizaba la palabra pensamiento para referirse al demonio.
Orígenes en su comentario a Mt 15, 19 se expresa así: «La fuente y el principio de todo pecado son los malos pensamientos». Evagrio enumera ocho malos pensamientos que son: gula, lujuria, avaricia, tristeza, cólera, acedía, vanagloria y orgullo. Y se refiere a ellos indistintamente a veces llamándolo pensamiento y otras   demonio, o los identifica según el vicio.
Con el tiempo y con ligeras variantes llegaremos a conocer a estos pensamientos o demonios como pecados capitales. Evagrio había iniciado el camino en materia de discernimiento de pensamientos. Su perspicacia psicológica sigue asombrando aún en nuestros días.
San Gregorio Magno hizo algunas transformaciones importantes en la serie, que conoció a través de Juan Casiano. En el siglo XIII se fija la lista definitiva de los siete pecados capitales, que, con ciertos cambios, ha llegado hasta nosotros.
Para Evagrio existen dos fuentes distintas de tentación según el género de vida: para los que viven en el mundo, el origen son los objetos; para los monjes cenobitas, la tentación proviene de sus hermanos de hábito más negligentes; en cambio, para los monjes anacoretas, la fuente de pecado suele ser los pensamientos.
En la exposición evagriana el proceso de la tentación se inicia con las sensaciones, que producen los deseos de poseer un objeto. La sensación tiene para Evagrio un significado diferente al nuestro. Para él es el recuerdo de los objetos, que se convierte en una imagen seductora, lo que produce la tentación. Para san Ignacio, el mal espíritu nos tienta proponiendo «placeres aparentes, haciéndonos imaginar deleitaciones y placeres sensuales para conservar y aumentar en sus vicios y pecados» [EE 314].
En el evangelio de hoy contemplamos a Jesús reprendiendo a Pedro porque sus pensamientos no vienen de Dios sino de los hombres. Dentro del marco de pensamiento del discípulo no existía la posibilidad de que el Mesías de Dios tuviera que llegar a la muerte.
El apóstol no quiere que Jesús transite por el camino que lo llevará a la cruz. No está dispuesto a que el enviado de Dios sea alguien diferente de sus pensamientos o de como él lo imaginó. Solamente después de la resurrección los esquemas rígidos de pensamientos de los discípulos se quebrarán para dar lugar a un nuevo modo de pensar y vivir. Hasta ese momento todos lo abandonarán y Judas lo entregará creyendo que en realidad no puede ser el Mesías alguien que quebranta el sábado, que come con pecadores, que es amigo de prostitutas, etc.
El inconveniente de Pedro, al igual que el nuestro, es que en ocasiones no examinamos adecuadamente nuestros pensamientos, nuestros sentimientos para conocer su procedencia ni para saber hacia dónde nos conducen. Nos dejamos arrastrar por ellos sin más. Creemos que todo lo que nuestros pensamientos dibujan en nuestra mente es la realidad y la verdad absoluta. Damos credibilidad a lo que tiene cierta lógica sin percatarnos si los presupuestos son verdaderos o falsos.
Con demasiada frecuencia vivimos absortos en nuestros pensamientos. Inmersos en el océano de nuestra imaginación creyendo que es real lo que en realidad es producto de nuestra fantasía.
Junto a nuestros pensamientos existe siempre un sentimiento, y viceversa. Cuando sentimos algo o tenemos alguna sensación, inmediatamente nuestra mente elabora un pensamiento o proyecta un posible escenario que nos permite anticipar lo que pudiera suceder. Pero no siempre es verdad todo lo que nuestra mente dice.
Si no examinamos nuestros pensamientos y sentimientos para conocer qué lo motiva o quién los causa, viviremos sujetos a la inconsciencia, al parecer, a la fantasía, creyendo que es verdad todo lo que nuestra imaginación elabora.  Por eso la insistencia que encontramos en las escrituras de «examinar», «vigilar», los pensamientos a fin de conocer de qué espíritu proceden. (Cf. 1Jn 4, 1; 1Tes 5, 21).
Cuando somos conscientes de nuestros pensamientos, de su variedad, como así también de la diversidad de los sentimientos que experimentamos somos más libres para actuar. De esta manera es como evitamos prolongar la inmadura actitud de «decir todo lo que pensamos» sin examinar cuidadosamente nuestros pensamientos antes de hablar o de «hacer lo primero que sentimos», sin conocer ni examinar los sentimientos que experimentamos.  
Jesús reprende a Pedro exigiéndole madurez. Le pide que sea consciente, que conozca sus pensamientos, que examine sus sentimientos para estar alerta y no sucumbir ante las tentaciones.
Pidamos a Dios, que nos conceda la gracia de vivir conscientemente. De aprender a conocer y examinar el mundo de nuestros pensamientos y sentimientos, a fin de ser libres para obrar con madurez espiritual y psicológica.  




P. Javier  Rojas sj

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