«Para ser feliz abre tu mente»


«Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos. Entonces Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito (Intercesor) para que esté con ustedes para siempre; es decir, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni Lo ve ni Lo conoce, pero ustedes sí lo conocen porque mora con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos; vendré a ustedes. Un poco más de tiempo y el mundo no me verá más, pero ustedes me verán; porque Yo vivo, ustedes también vivirán. En ese día conocerán que Yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí y Yo en ustedes. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y Yo lo amaré y me manifestaré a él».

Jn 14,15-21


¿Por qué a muchos cristianos les resulta difícil ser felices?
En un alto porcentaje se debe a que viven “imaginando la felicidad”. Creen que la felicidad se construye primero en la mente, y que luego deben lograr  que la realidad se adecúe exactamente con lo imaginado.
Este esquema mental percibe la felicidad como el resultado de que todo y todos se corresponda exactamente con lo elaborado en la mente y tejido por los pensamientos. Y a decir verdad, esta es la fórmula más eficaz para ser infelices, desgraciados y arruinar cualquier relación.
Por ejemplo, ¿Cuántas veces creemos conocer lo que los demás necesitan en lugar de preguntarles que sienten o quieren? ¿Cuántas veces queremos que los demás se comporten como imaginamos deben actuar? ¿Cuántas veces en nuestras peleas y discusiones se enfrentan dos modelos de pensamientos igualmente rígidos intentando convencer al otro de que sus ideas son mejores?
Cuando «imaginamos» de manera tan cerrada nuestra felicidad corremos, al menos,  dos riesgos. El primero es vivir intentando que el mundo se corresponda con nuestros pensamientos, sin capacidad para descubrir las alternativas que Dios nos ofrece. Porque pensar o imaginar un mundo mejor, o creer que podemos construir relaciones más auténticas, sinceras y solidarias no está mal. El error es que no tenemos ni el corazón ni la mente lo suficientemente abierta para saber leer los signos de los tiempos y descubrir el camino que el Espíritu de Dios nos señala.
El segundo riesgo es continuar conservando y alimentando la tan conocida tendencia natural de «mirarnos el ombligo» y pretender que todos respondan a nuestros requerimientos y caprichos.
En realidad, la felicidad es un resultado pero no un fin en sí mismo. La verdadera felicidad se desprende de saber comprender, discernir y elegir el camino que Dios nos va mostrando en los acontecimientos que vamos viviendo. Es decir, de aprender a renunciar a las «ideas fijas» y abrir la mente para captar las alternativas de Dios.
Los discípulos de Jesús pasaron por el mismo dilema; o se disponían a comprender a Dios fuera de sus esquemas mentales o llegaría el momento en que lo traicionarían.
Ellos habían imaginado al mesías de tal modo que no podían comprender por momentos la manera de proceder de Jesús. «Atoraron» sus mentes y sus corazones de expectativas que ellos mismos imaginaron y no supieron leer los signos que Jesús venía realizando.
Para liberar nuestra mente de las ataduras de los propios pensamientos, fantasías e imaginaciones, debemos aprender a aceptar lo que vivimos, tal y como suceden sin juzgar, negar o simular. Porque si no comenzamos por aceptar la realidad que vivimos, con toda la belleza y la crudeza que tiene, no podremos construir absolutamente nada nuevo. Pasamos casi el 80% de nuestra vida luchando por “cambiar” la realidad, sin antes aceptarla primero.  Sólo se puede cambiar algo si primero la aceptamos y no negamos la realidad.
Cuando Jesús anuncia que nos enviará «otro Paráclito» está diciendo que tendremos otro guía que nos ayudará a conducirnos en la vida. Ese «otro» es el Espíritu Santo que nos ilumina el corazón y la mente con sus siete dones, pero necesita de nosotros la disposición de una mente abierta y un corazón desapegado para saber acoger sus mociones.
La felicidad viene como resultado, como consecuencia de haber acertado en el camino que Dios nos va marcando. Para ser discípulos de Jesús debemos aprender a renunciar y desapegarnos de nuestras «ideas fijas» de felicidad para descubrir las alternativas que Dios nos ofrece.
El problema de muchos hombres y mujeres es creer que tienen la fórmula para ser felices y necesitan de «alguien», que luego convierten en «algo», para lograr sus metas. ¡Si no abres tu mente y corazón jamás lograrás ser feliz!  
San Ignacio de Loyola descubrió que la única manera de ser peregrino es aprendiendo a discernir los espíritus para seguir la moción de Dios. El Espíritu de Dios es creativo, vive en nosotros y podemos comprender sus inspiraciones.
Pidamos a Dios aprender a despojarnos de modelos mentales añejos para abrirnos a la acción de su Espíritu que nos indicará el camino para ser felices en cada instante de nuestra vida y no como el resultado de una fatigosa y sacrificada vida de «buenos cristianos».



P. Javier  Rojas sj

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