Este fin de semana pasado estuve haciendo ejercicios espirituales en un clima de silencio y oración. 
Como en todos los retiros fue el Señor llevándome por sus caminos y yo intentando ver y oír lo que me iba mostrando y diciendo, a pesar de mis resistencias internas, mis incongruencias y las vendas que me impiden mirar…El clima de oración, la soledad de mi habitación, la Eucaristía compartida en la pequeña capillita de Agrelo… Las miradas de los otros ejercitantes que, como la mía, estaban húmedas, deseosas del encuentro con el Amor, gozosas de ese encuentro. Los cuadernos, la Biblia, el mate…
Y el impacto al salir del retiro. La noticia del terrible accidente vial en el que perdieron la vida 19 personas cuando un camión circulando a 120 km por hora a “contramano” en una ruta de doble vía impactó contra un ómnibus de pasajeros de larga distancia…
La noticia luctuosa, ya de por sí impactante para cualquiera, se clavó como un aguijón en mi alma que acababa de vivir tanto silencio y paz. ¿Por qué Señor, por qué…? le pregunté entre sollozos. ¿Por qué esas personas tuvieron que morir de manera tan violenta, dejando a su alrededor tanto dolor, sueños rotos y almas desarmadas? Yo, que había vivido junto al Dios de la Vida esos intensos días, no comprendía por qué un conductor presumiblemente alcoholizado, mató con tanta impunidad a esas personas plenas de vitalidad y proyectos…¡Cuánta impotencia, Señor!
Más allá del impacto que ha causado en mi provincia este grave accidente, me pregunté cuántos accidentados hay cada día en el mundo, cuánto dolor en rutas. Cuánto dolor en el campo y en la ciudades, cuántas familias desarmadas… Y de allí salté a las injusticias de todo tipo que pueblan el mundo. Por mi alma pasaron tantos rostros sufrientes de conocidos y desconocidos, hambrientos, violentados, niños y adultos explotados…Mujeres y hombres como vos, como yo, que sufren discriminación, abusos, injusticias de todo tipo…
Mi alma se llenó de paz cuando sentí, que así como cada día trae su tragedia y su dolor, también trae rostros que sonríen y se levantan de sus múltiples caídas. Personas que ayudan a los hermanos presos de la violencia y la soledad, gente que sale de sus “cuevas” personales al encuentro de los demás, para servir, para dar de comer, para abrazar a los que sufren.
Personas buenas y comprometidas con la realidad, en suma, que le dicen a Jesús cada uno de los días de su vida: 

“ Nosotros te ayudamos a construir el Reino aquí en la tierra”. Y a pesar del negativismo y del dolor, de las injusticias y del caos, continúan tendiendo puentes, apostando a la paz y colaborando con los sufrientes y desvalidos. ¡Hay tantos héroes anónimos, tanta vida aún en el dolor, tanto amor desinteresado…!
Le pido a Dios por las víctimas inocentes de esta tragedia, que nos ha dejado a todos con la boca abierta y el corazón desarmado. Pero también le pido por tantas tragedias que ensombrecen las almas de tantos en todo el mundo entero.
Acá. Allá. En las antípodas de mi país. En el otro hemisferio seguirán sucediéndose catástrofes de todo tipo…pero también habrá personas que se conmoverán ante el dolor y actuarán para paliarlo, idealistas que pese a todo pronóstico continuarán construyendo un mundo más justo y solidario.
Muchos de éstos, quizá no conozcan a Jesús. Seguramente muchos se dirán a sí mismos agnósticos o profesarán otros credos…pero si intentan a cada minuto mejorar el mundo, si sus propósitos y sus acciones se alinean para mejorar la vida de otros, el Dios de Jesús, los habita y los impulsa. Aunque ellos lo desconozcan.
Ojalá dejemos que ese Dios del que tanto nos habló Jesús, se haga carne en todos nosotros…Que así sea.
@Ale Vallina.

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