El rechazo de las posibilidades de amar: el pecado



Hay muchas descripciones de lo que es el pecado. Quizá la más sencilla es: el pecado es la resistencia y rechazo a vivir amando. El pecado significa poner en peligro la vida, las relaciones humanas; significa rechazarlas, destruirlas. Se expresa muy claramente en una palabra de Yavé en el Antiguo Testamento: “Por qué me dan la espalda en vez de mostrarme su cara?” (cf. Jer 2,27). El pecado significa: destruir el lazo que nos une en el amor, separar, apartar. 
En el núcleo del pecado está la preocupación por uno mismo y el miedo respecto la propia existencia, el miedo a ser nadie, el miedo de que la propia existencia esté amenazada por otros. En este sentido el pecado es un intento completamente inadecuado de asegurar la propia existencia: Si soy –cueste lo que cueste– la persona más poderosa, reconocida, prestigiosa, exitosa... o más justa, que cumple con todas las prescripciones religiosas, entonces puedo decirme: “alma mía, descansa”. Pero respecto a estos intentos de asegurar la propia existencia Jesús dice: “Tonto.” (cf. Lc 12,20) Sören Kierkegaard lo formuló así: “Pecado es querer ser desesperadamente uno mismo frente a Dios o desesperadamente no querer ser uno mismo frente a Dios.” Con ello no sólo se describe el pecado sino también la dirección en la cual hay que caminar para encontrar la redención y sanación. Lo que Jesús quiere despertar en las personas es sobre todo la conciencia: Tú eres alguien. No tienes que buscar desesperadamente ser alguien o maltratarte por lo que eres. El mensaje de Jesús para nosotros es: Tú eres de Dios y estás en Dios, eres hijo / hija amado de Dios, eres libre, heredero, y como persona amada eres capaz de amar a otros. 

Para la reflexión personal:
- Puedes contemplar cómo en la historia del mundo, en la vida de otras personas y en tu propia vida el mal actúa y se cometen pecados a causa del miedo a no ser amado y respetado, a causa del anhelo desesperado de querer ser alguien. 
- Se podría meditar sobre el diálogo entre Jesús y Pedro. A través de su triple pregunta Jesús le recuerda a Pedro su triple traición y, a la vez, se fía de la capacidad de Pedro para vivir nuevamente en el amor. Con humildad y valentía, Pedro confiesa su amor: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21,15-23) – Uno podría preguntarse a sí mismo: ¿Qué sabe Jesús de mí? ¿Qué he quedado de manifiesto en mis hechos y en mis actitudes? Y a pesar de ello, ¿qué confianza ha depositado Jesús en mí, qué espera de mí, de qué me cree capaz? 

Willi Lambert SJ

Comentarios