Quién no se lanza mar adentro nada sabe del azul profundo del agua, ni del hervor de las aguas que bullen. Nada sabe de las noches tranquilas cuando el navío avanza dejando una estela de silencio. Nada sabe de la alegría de quedarse sin amarras, apoyado sólo en Dios, más seguro que el mismo océano.
Desventurado aquél que se queda en la orilla y pone toda su esperanza en tierra firme, la de los hombres razonables, calculadores, seguros de sí mismos, que se imaginan ricos y están desnudos, que creen construir para siempre y sólo amontonan ruinas que siempre les acusarán.
Padre Lyonnet

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