Llorar, gritar, dar una nota discordante… no siempre es malo. Son mecanismos de ajuste y equilibrio que cuidarán nuestra salud física y moral; que descargarán las tensiones reprimidas y evitarán dolores de cabeza, úlceras irritantes y conflictos en nuestro círculo familiar. Lo malo es “aguantar como un guerrero”. Lo malo es no saber llorar. Lo malo es no tener un amigo con el que poder tomar un café y hablarle de nosotros mismos, cuando es la verdad que nos sentimos muy gratificados en su modo de comprendernos, en su modo de hacer importantes nuestras “pamplinas” y nuestras aparentes “tonterías”… ¡Cuántos amigos de éstos nos harían falta! Y cuántas tensiones pueden quedar desparramadas en la mesa de una cafetería. Y si tenemos que llorar, lloramos, y si tenemos que gritar, gritamos, y si tenemos que romper un plato, pues lo rompemos. Pero hay que sacar los demonios que llevamos dentro, las angustias que nos oprimen, las depresiones que nos ahogan… para que podamos sonreír…
Ediciones Mensajero

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