«El dios imaginado»



Domingo 16 de septiembre  –XXIV – Tiempo Ordinario

Palabra de Dios
Primera Lectura: Is 50, 5-9
Sal 114, 1-6. 8-9
Segunda Lectura: Sant. 2, 14-18


«27 Salió Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo; y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?  28 Y le respondieron, diciendo: Unos, Juan el Bautista; y otros Elías; pero otros, uno de los profetas.  29 Él les preguntó de nuevo: Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo.  30 Y Él les advirtió severamente que no hablaran de Él a nadie.  31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer muchas cosas, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y después de tres días resucitar.  32 Y les decía estas palabras claramente. Y Pedro le llevó aparte y comenzó a reprenderlo.  33 Mas Él volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro y le dijo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!, porque no tienes en mente las cosas de Dios, sino las de los hombres.  34 Y llamando a la multitud y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame.  35 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.»

Mc 8, 27-35


Seguramente, en más de una ocasión, nos hemos identificado con algunos de los personajes del evangelio. En cada encuentro de Jesús con ellos nos hemos visto, de algún modo, reflejados. Al contemplar cómo son curados, liberados y reconciliados podemos ver nuestra propia vida renovada. En esas personas que pudieron contemplar el rostro de Cristo cada uno de nosotros tiene su lugar. 
Pero si hay una persona con la que casi todos podemos identificarnos es sin dudas con Pedro. Este hombre a quien Jesús también amó de un modo propio y particular es el prototipo del cristiano actual, que tiene que enfrentarse con la imagen que se ha forjado de Dios. 
Por momentos, parece comprender perfectamente el modo de actuar y proceder de Jesús. Pero por otra parte, queda desconcertado ante sus palabras y sus actitudes.
En el evangelio de hoy contemplamos a Pedro pasando de un estado de ánimo a otro, en cuestión de segundos. 
Podemos imaginar el corazón orgulloso de Pedro al haber respondido tan acertadamente a la pregunta de Jesús; «Tu eres el Cristo». Y podemos imaginar también el desconcierto al escuchar decir a Jesús; «¡Quítate de delante de mí, Satanás!, porque no tienes en mente las cosas de Dios, sino las de los hombres».
Al responder a Jesús, ¿estaba seguro Pedro de lo que estaba diciendo? ¿Vio, Pedro, una ocasión para salir de su duda interna? ¿Estaba convencido de que este hombre, al que conoció en Galilea, era el Mesías esperado? ¿Se aventuró este discípulo, conforme a su espíritu apasionado, a lanzar una afirmación de la que no estaba completamente seguro?
Sabemos, por muchos otros relatos del evangelio, que los discípulos tuvieron que hacer un largo camino para aceptar el mesianismo de Jesús. Ellos tenían demasiadas imágenes erróneas de lo que debía ser un “mesías” y del modo de comportarse... Tenían muchos intereses propios colgados de su propia imagen de “mesías” como para deshacerse de ellos por un hombre que no terminaba de  “cuadrar” en sus esquemas. 
Tal vez por ello Jesús les hace esa pregunta; «ustedes, ¿quién decís que soy yo?». 
En la respuesta de Pedro y en la actitud siguiente podemos comprobar que no estaba dispuesto a abandonar sus propias imágenes de mesías. 
Pedro, afirma con fuerza «Tú eres el Cristo» y a renglón seguido comienza a reprender a Jesús porque ha dicho que sería rechazado por los ancianos y que iba a morir. 
Este discípulo que iba reconociendo poco a poco a Jesús con el mesías prometido, no estaba dispuesto a aceptar un mesianismo distinto al de sus ideas. Él quiere un mesías triunfador. Un mesías poderoso, fuerte, capaz de doblegar a los enemigos y de reconquistar el país ocupado por fuerzas extranjeras. Pedro no está dispuesto a que el verdadero mesías, quiebre sus ilusiones y sus propios sueños. Este discípulo cautivado por la persona de Jesús, no quiere aceptar toda la verdad. Quiere un mesías a su medida. Quiere un salvador que colme sus expectativas y satisfaga todas sus necesidades.
El cristiano actual tiene la misma tentación. Con frecuencia identifica a Dios con su propio parámetro de felicidad. Con su propio bienestar personal. Con sus logros y con las conquistas de sus propias metas. Y si esto no sucede, entonces comienza a reprender a Dios como lo hizo Pedro.
El hombre y la mujer de este tiempo desean más que nunca que toda la realidad se adecúe a sus sueños.  Y esperan que Dios les ayude a alcanzar lo que ellos por si sólo no pueden lograr. Buscan un ser con más poder que el de ellos para asegurarse la propia felicidad. ¿Se ha convertido Dios en un “dios” de bolsillo para el cristiano actual? 
Cada vez más personas confiesan que han quedado desilusionadas de alguien. Se quejan y critican a los demás porque no se comportan o actúan como ellos las han imaginado. Sufren profundamente cuando la realidad los desengaña. Piden una y otra vez que Dios haga el milagro de que la realidad calce en sus esquemas mezquinos. 
Dios tampoco ha quedado fuera de las mismas proyecciones. 
El Dios imaginado no coincide con la revelación que de Él ha hecho el evangelio. Con frecuencia citamos y recordamos sólo aquellos episodios del evangelio que nos son favorables o que responden a nuestros intereses propios. Y cuando Jesús no responde a nuestras ideas o fantasías nos enojamos y “lo reprendemos”.
Solemos decir que Jesús es nuestro amigo pero no nos preguntamos si nos comportamos como amigos con Él.  Deberíamos interrogarnos más sobre nuestro concepto de amistad. Creo que este don precioso está demasiado teñido de intereses personales.  
Queremos un Dios que elimine el sufrimiento, y que responda a todas nuestras preguntas. Deseamos que “castigue” a los malos y “premie” a los buenos. Nos enojamos cuando no hace las cosas como se las pedimos. O no nos concede todo lo que queremos. Tomamos de Dios lo que nos interesa y suplimos con “otras cosas” lo que falta para completar el sueño de felicidad que tenemos. 
¿Es posible amar a quién no se conoce? ¿Amamos a Dios o estamos enamorados de nuestra idea de Él? ¿Cómo podemos decir que somos discípulos de Jesús, si no lo aceptamos tal cual es? No podremos enamorarnos verdaderamente de Jesús si no estamos dispuestos a limpiar nuestra imagen de Dios. Jesús no puede convertirse en la proyección de mi propio ego, ni en el anhelo de la propia omnipotencia infantil. 
Pidamos a Dios en este día que nos ayude a conocer a su hijo. Pidamos, como nos enseña san Ignacio de Loyola, «interno conocimiento del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga» [EE 104]
P. Javier  Rojas sj

Comentarios

Will Zaldívar Prettel. Lima, Perú. ha dicho que…
Gracias Javier.
En mi reunión de comunidad compartí tu reflexión.
Nos ayudó mucho.
Un abrazo.

Pd. Por favor también cuelga las reflexiones en el facebook del Evangelio en Casa.