Introducción
 
El diálogo sincero entre diversas religiones es posible si partimos del hecho común de que somos hijos de un mismo Padre Dios.
Es posible además este diálogo, si consideramos que estamos unidos en primer lugar, a todos los que han recibido el sacramento del bautismo y se honran con el nombre de cristianos, aunque no guarden la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro.
Unidos también, a quienes todavía no recibieron el evangelio, pero se ordenan al Pueblo de Dios de diversas maneras. En primer lugar, aquel pueblo que recibió las alianzas y las promesas y del que Cristo nació según la carne. Pero el designio de salvación abarca también a los que reconocen al Creador, entre los que están en primer lugar los musulmanes, que adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso.
Ni el mismo Dios está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que todos reciben de Él la vida. Cuánto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio.
En una palabra, sólo el reconocimiento de lo que fundamentalmente nos une hará posible que el diálogo entre hombres y mujeres de diversas religiones conlleve frutos de paz y justicia para todos, sin diferencias ni distinciones. Pero paz y justicia sólo creíbles mediante un diálogo sincero, que exprese al menos un deseo profundo de unidad total entre todos.
Las oraciones de este mes estarán serán sobre el diálogo como instrumento de paz y reconciliación.

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