Mientras el optimismo nos hace vivir como si las cosas fueran a arreglarse pronto, la esperanza nos libera de la necesidad de predecir el futuro y nos permite vivir en el presente, con una confianza profunda en que Dios nunca nos dejará solos, sino que colmará los más profundos deseos de nuestro corazón.
En esta perspectiva, la alegría es el fruto de la esperanza. Cuando tengo una confianza profunda en que Dios está hoy realmente conmigo y me mantiene a salvo en su abrazo divino, guiando a cada uno de mis pasos, puedo liberarme de la ansiosa necesidad de saber cómo será el día de mañana, o qué ocurrirá el mes que viene o el año próximo. Puedo estar enteramente donde estoy y poner mi atención en tantos signos de amor de Dios como encuentro dentro de mí y a mi alrededor.
Cuando confiamos profundamente en que el día de hoy pertenece al Señor y que el día de mañana está a salvo escondido en el amor de Dios, nuestros rostros pueden relajarse, y podemos devolver la sonrisa a quien nos sonríe.
Henri J.M. Nouwen

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