Con cierta frecuencia recuerdo las palabras de Jesús, “La verdad los hará libre” (Jn 8, 32). Sobre todo, cuando me doy cuenta -y con cierta admiración y sorpresa-, del entramado de pensamientos, razonamientos y justificaciones que utilizamos para ocultar lo que a veces resulta ser tan evidente para otros. No sería justo afirmar que toda mentira o engaño se comete siempre de manera deliberada o descarada, pero ocurre que no siempre estamos dispuestos a buscar la verdad cuando sospechamos que existe alguna falsedad. A menudo sucede que cuando descubrimos nuestras propias mentiras tratamos de ocultarlas en lugar de erradicarlas. Y cuando sucede esto entonces sí nos convertimos en cómplices de las propias falsedades. ¿Cómo es que llegamos a aferrarnos tanto a una mentira? ¿Por qué pareciera que preferimos mantener el engaño cuando la verdad ha mostrado evidencia?
No pretendo quitar responsabilidad a quienes engañan a los demás siendo conscientes de sus mentiras, pero hay personas que son presas de sus propias falacias sin ser conscientes de ello. No mienten ni engañan deliberadamente para sacar algún provecho o beneficio, al menos no conscientemente, sino que se encuentran sumergidos en una fantasía que ellos mismos han creado. Es más, me atrevo a pensar que un engaño de este tipo ni siquiera puede ser considerada una mentira. Hay personas que inventan historias porque necesitan sentir que siguen teniendo el control de sus vidas. Y cuando esto sucede, es porque la propia realidad que viven les resulta difícil de aceptar. Les sería muy traumático darse cuenta de la falsedad en la que viven de un “solo golpe”. A veces tengo la sensación de que una persona no elige libremente mentir o engañarse a sí misma, sino que deforma la realidad que vive a modo de mecanismo de defensa para que le resulte soportable. Entonces, ¿podemos expresar lo que creemos que es verdad, siempre y de cualquier manera, por el simple hecho de que se busca la libertad? No, definitivamente no. Al menos no sin antes comprobar de qué tipo de mentira y engaño se trata, y del verdadero motivo que impulsa el deseo de expresar algo que creemos que es verdad. Si expresamos algo que resulta amenazante a otra persona, sin mostrar compasión y aceptación a la vez, no lograremos absolutamente nada. Es más, seguramente empeoraremos las cosas. Y una verdad mal dicha es peor que mil engaños. Una verdad, puede curar y liberar, pero también puede dañar enormemente a una persona. La verdad a la que hace referencia Jesús es la que emana de la compasión y de la búsqueda del bien. Del deseo auténtico de contribuir en el crecimiento espiritual y humano de otra persona. La verdad de la que habla Jesús, es aquella que se alcanza porque se guarda el mandamiento del amor. Esa que se va descubriendo paulatinamente y en la medida en que la conciencia puede asimilarla. La verdad no está en poder de una persona, sino disponible a todos aquellas que la buscan con humildad y sin presunción de ningún tipo. No te engañes creyendo que posees “la verdad” cuando en realidad lo que tienes es una simple opinión…y una opinión no hace libre a nadie.

P. Javier Rojas sj

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