El discernimiento es simplemente “dejarse llevar” por el Espíritu, alcanzar la libertad necesaria para dejarse conducir por Dios con la seguridad de que su modo es el mejor modo para nuestra realización como seres humanos. El discernimiento es descubrir la fuerza de Dios (dinamismo de integración) y del Mal (dinamismo de desintegración) en cada uno de nosotros. Discernir es conocer sus campos, conocer dónde se asientan, conocer las tácticas que utilizan y sobre todo reconocer las reacciones personales ante el buen y el mal impulso.

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