Muchos sentimos la presencia de Dios, especialmente fuerte,
a través de la naturaleza. Tal vez nos sentamos bajo un árbol para orar, o
damos un paseo para reflexionar sobre un problema, tal vez contemplamos un
atardecer para inspirarnos, o vamos a pasear junto al mar en momentos de
angustia. Para los directores espirituales, comprender la capacidad que tiene
un ejercitante de relacionarse con la creación puede dar útiles indicaciones
para sugerir nuevas formas de dinámica espiritual.
Dios nos recuerda, una y otra vez, en el Génesis, que al
mismo tiempo que Él daba forma a la creación, veía que era buena. Nuestro
oikos, nuestra casa, es buena desde la creación: no porque es útil, no porque
es donde se escenifica la vida humana, sino simplemente porque Dios la hizo.
Ignacio reconoció, y nos invita a reconocer, cómo Dios nos
ama profundamente a través de su creación, de la que aprendemos y que nos
sostiene. Esta comprensión se amplía el primer día de la Segunda Semana, cuando
se nos invita a contemplar ‘la gran redondez de la tierra, en la que hay tantas
y tan diversas personas’ y esa diversidad de personas: primero aquellas que
están sobre la superficie de la tierra, en gran variedad, tanto en el vestido
como en sus acciones: unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en
guerra, unos llorando y otros riendo; unos sanos, otros enfermos; unos naciendo
y otros muriendo.
En la Primera Semana, Ignacio nos llamó a “traer a la
memoria todos los pecados de nuestra vida, mirando de año en año, o un tiempo
determinado. Para esto tres cosas son determinantes: primero, mirar el lugar y
la casa en que he vivido; segundo, las relaciones que he tenido con otros;
tercero, las ocupaciones en las que he vivido.
Más adelante en los Ejercicios Espirituales, Ignacio pone
mucho énfasis en considerar atentamente la elección con las comidas. A través
de nuestra relación con los alimentos se hace más evidente lo que nos conecta
con la creación, y lo que nos conecta con los otros a través de la creación.
Hedwig Lewis, S.J.
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